Su prestancia y su elevado nivel 
							cultural descollaban donde se presentaba. Cantante, 
							guitarrista, compositora, investigadora, 
							conferencista, también escribió para diarios y 
							revistas del país. Colaboradora de LA NACION allá 
							por los años 30, en estas páginas publicó notas 
							sobre el guitarrista español Andrés Segovia. ¡Cuánto 
							hizo esta bella y talentosa tucumana! Sin embargo, 
							su obra actualmente se desconoce. Ana Schneider de 
							Cabrera era su nombre completo. Descendiente de 
							alemanes, había nacido en Simoca, Tucumán, el 14 de 
							diciembre de 1890. 
							León Benarós, refiriéndose a 
							ella, sostuvo que "su ascendencia europea en nada 
							fue obstáculo para una identificación total con lo 
							nativo, lo que, por otra parte, como argentina, 
							sentía hondamente suyo". 
							En Simoca se nutrió del alma 
							nativa, escuchando antiguas leyendas, coplas y el 
							canto de los indios y mestizos. Una criada de la 
							casa le enseñó quechua y el bailarín Hipólito Lobo, 
							danzas nativas. 
							Cuando era adolescente, la 
							familia se estableció en Córdoba. Una afección a la 
							vista la dejó ciega a los 14 años. En un reportaje 
							que le hizo Josué de Quesada, refiriéndose a ese 
							momento triste de su vida, recordaba: "Se hizo noche 
							en mi alma y con esa dulce y beatífica resignación 
							de ciegos canté por no llorar. Mis dedos torpes 
							entonces hallaron a tientas el sonido y mi voz 
							temblorosa tradujo las canciones. Después, quiso el 
							buen Dios que mis ojos volvieran a la luz. Habían 
							transcurrido tres años, pero mi vida estaba ahí. La 
							guitarra había sido para mí un lenitivo, y ahora, 
							que el mundo me ofrendaba sus bellezas, no quise 
							dejarla. Por eso canto". 
							Comenzó a estudiar guitarra en 
							Buenos Aires con el maestro español Hilarión Leloup. 
							Luego se perfeccionó con Andrés Segovia. 
							Dotada de un rico timbre vocal, 
							cultivó el canto criollo difundiéndolo por el país y 
							el exterior. En Europa actuó ante reyes, condes, 
							princesas y público en general. 
							En 1925, junto con el pintor 
							Alfredo Guido y el pianista y compositor santiagueño 
							Manuel Gómez Carrillo, dirigió en el Teatro Odeón la 
							Compañía Arte de América, donde cantaba, disertaba y 
							pasaba películas sobre motivos norteños. 
							Fue la segunda en difundir las 
							expresiones de esa región en un teatro porteño. La 
							primera fue en 1921, cuando Andrés Chazarreta, 
							llegado de Santiago del Estero, debutó en el Teatro 
							Politeama de Buenos Aires con su Compañía de Cantos 
							y Danzas del Norte Argentino. Estos acontecimientos 
							fueron muy significativos debido a que en ese 
							entonces en la Capital Federal de cada tres 
							habitantes dos eran extranjeros europeos y uno 
							argentino. 
							El periodismo de entonces comentó 
							acerca de aquellas presentaciones de Cabrera, entre 
							ellas la del Odeón: "Recuerda con viva emoción la 
							noche de 1925 en que Alberto Einstein, durante su 
							estada en Buenos Aires, la felicitó en un palco del 
							Politeama. El matemático, tan sensible a la música, 
							quería tocar en su violín piezas nativas por su 
							semejanza con la música de Bach. A la noche 
							siguiente la Compañía de América, de arte 
							folklórico, dio una función en su homenaje" (art. 
							cit). El reconocimiento de Einstein lo conservaba en 
							una carta que le enviara posteriormente, 
							felicitándola por su labor. 
							Un año después el Ministerio de 
							Educación la envió a Europa en misión cultural, dio 
							conferencias, recitales y clases de música en la 
							Universidad de la Sorbona de París. El Instituto de 
							Fonética y Archivo de la Palabra de la Sorbona grabó 
							sus recitales y conferencias. 
							De regreso al país anduvo de 
							Tucumán a Cuzco, investigando las antiguas culturas 
							de esta parte de América del Sur. El fruto de esas 
							observaciones lo volcó luego en un libro: "Rutas de 
							América" (1941). 
							De Tucumán a Europa 
							En 1927 volvió a Europa, visitó 
							Francia, España e Italia. Atahualpa Yupanqui, 
							refiriéndose a este acontecimiento, sostuvo: "En 
							esos tiempos, una tucumana hacía su segundo viaje a 
							Europa, llevando a los salones aristocráticos la 
							canción criolla. Era Ana S. Cabrera, fina dama, 
							hábil guitarrista; caminó los más claros senderos 
							del canto popular". 
							"Una noche, en la primavera de 
							Europa, la rodearon reyes y condes, princesas y 
							nobles caballeros. Fue en el Palacio de la Alambra, 
							en Granada, donde realizó su concierto a invitación 
							de Alfonso XIII. Estoy seguro de que esa noche 
							estuvo presente allí una reina que superaba en 
							linaje y calidad a todo el auditorio: la Zamba, la 
							danza mas hermosa de nuestro país argentino" (libro 
							"El Canto del Viento"- 1965). 
							Casada en segundas nupcias con 
							Octavio Palazzolo, fundador de la Asociación de 
							Periodistas de Buenos Aires, juntos redactaron el 
							Estatuto del Periodista. Hasta edad avanzada trabajó 
							sin pausa, colaborando en el periodismo. 
							En sus últimos años se la veía 
							llegar a la vieja sede de Radio Nacional para 
							entregar sus colaboraciones a la revista del 
							organismo o grabar audiciones. 
							Con la humildad de los grandes se 
							fue calladamente de la vida en Buenos Aires el 15 de 
							mayo de 1970. El silencio pesa sobre su nombre, pero 
							se mantiene en la historia por la magnitud de lo 
							aportado que nos conecta a las raíces ancestrales de 
							nuestro ser americano. 
							Fuente: Héctor García Martínez
							
							LA NACION - Rincón Gaucho
							El autor es coautor del 
							Diccionario del Quehacer Folklórico Argentino