El
quirquincho era un hombre muy habilidoso con el telar
casero, construido con horcones y alambres firmes.
Cuando llego el otoño sintió frío y conocedor de la tarea de
dispone a tejer un poncho bien abrigado. Preparo la
urdiembre, los ridos del peine para dar por comenzada su
labor.
El tejido en sus principios salía perfecto, por su
uniformidad de la trama y lo apretada de la malla.
Observando la primera franja, se puso muy contento y
satisfecho, pero al retomar su tarea advirtió que se había
cansado, por esta razón y considerando que todavía le
faltaba mucho, tomo hilos gruesos y poco retorcidos, para
hacer una trama floja.
Una vez que hubo adelantado, volvió a recuperar la buena
voluntad para el trabajo y termino con el mismo esmero con
que había comenzado antes.
El dios de estas regiones, que observa a los seres de su
creación para darles según sus actitudes una misión que
cumplir, pensó que estaría mejor con el reino animal y lo
transformó en desdentado.
Es por eso que el caparazón que los protege que no es más
que el poncho que tejió tiene las placas apretadas en los
extremos y más grandes y separadas en el centro.