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CULTURA ABORIGEN - MAPUCHE


Dentro de nuestro continente, aún subsisten pueblos verdaderamente americanos. Son los últimos representantes de aquellos hombres que, a través de milenios, poblaron este continente, conquistaron selvas, desiertos, largas playas y alturas inconmensurables de las montañas.
Mapuche significa: “ Gente de la Tierra”, actualmente es el “pueblo indígena” más numeroso de Chile ( su territorio histórico es el sur de Chile), y se extendió desde la región del Maule hasta la Isla Grande de Chiloè.
Actualmente una gran cantidad de Mapuches viven permanentemente en Santiago, lo cual es resultado de un fenómeno migratorio que se viene acrecentando aproximadamente desde los años 30.
Alrededor de 500 años d.C; se establecieron en la zona de los lagos precordilleranos. Constituyeron grupos reducidos que basaban su supervivencia en la caza, la recolección y el cultivo de papas en pequeños huertos ubicados en terrenos húmedos.
Los conquistadores llamaron Arauco ò Araucania estas tierras y Araucanos a sus habitantes. Aún hoy y sus descendientes se reconocen: Mapuche.
Los Mapuches comenzaron a ingresar en el actual territorio argentino a partir del siglo XVII.
Progresivamente fueron ocupando la zona comprendida por las provincias de: San Luis; sur de Córdoba, La Pampa, Neuquén y Buenos Aires, hasta que la avanzada militar de finales del siglo XIX, los llevó a instalarse al sur del Río Limay.
El ingreso masivo del pueblo Mapuche en territorio argentino, significó un cambio considerable, tanto para las culturas autóctonas como para ellos mismos, y este largo proceso de mestizaje è intercambio cultural, dio por resultado la actual población paisana de las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut.
 

Entendemos por “ cultura” no la mera erudición ò información, como a veces se la concibe, sino el modo fundamental de relacionarse (pensar, vivenciar, actuar), con la realidad total, que tiene un determinado grupo de personas ò una determinada época histórica. En el siglo XVI, los mapuches vivían en lo que los conquistadores llamaron Arauco ó Araucanía, las tierras comprendidas entre el valle de Illapel  al norte y la isla de Chiloé al sur, en la actual Chile.

Los españoles lucharon duramente para conquistar a los “araucanos”, pero no pudieron dominar a ese pueblo guerrero y tenaz. Anteriormente hacia fines del siglo XV, los Incas habían penetrado en las tierras mapuches, y parecía ser que, en la zona norte ejercieron su dominio, aunque no hubo una absorción de su cultura.

Lo cierto es que ya en el siglo XVI, en medio de idas y vueltas, de ataques y contraataques, se fue desarrollando entre los dos bandos, blancos è indios, un comercio fluido. Los mapuches, adoptaron rápidamente el caballo, un compañero que pronto, se hizo imprescindible y comenzaron a criar: vacas y ovejas, que obtenían en los malones. Además, empezaron a intercambiar bienes con otras tribus del otro lado de la cordillera. Cada vez más a menudo, algunos grupos entraban en la Pampa y la Patagonia, en busca de ganado y mercancías. Desde el siglo XVIII, muchas tribus se establecieron definitivamente en lo que hoy es la Argentina. El proceso de mezcla de aspectos culturales de pueblos de la Araucanìa con los pueblos de la Pampa y el norte de la Patagonia, es conocido como: “Araucanización”.

La Mujer Mapuche - La mística vinculación lunar

El profundo significado mágico existencial procedente de las capas más antiguas de la conciencia indígena, y el uso de la memoria colectiva nos acompaña y ayuda, a recrear nuestra cultura y asumir el concepto mítico ancestral, espiritual y trascendente, para homenajear a la mujer mapuche, a las mujeres indígenas.
Concebimos a la Luna, como un principio pasivo, armonioso, de una mujer que media, concibe, alumbra el camino de sus hijos < los mapuche >, protege y desarrolla lo germinado es el “alma femenina de la naturaleza”.

NIGUILLATÚN
 
El Nguillatún del pueblo Mapuche, o “el ruego de un pueblo por un futuro más próspero”, es un claro ejemplo de la inseparable unión entre espíritu religioso, naturaleza y arte que existe en la cultura de los pueblos originarios argentinos.



Ritos como este, no conllevan una finalidad estética sino que, tanto su motivación como su sentido, se encuentran íntimamente relacionados con las creencias religiosas y su entorno natural.

Básicamente, la expresión artística en rituales como el 'Nguillatún', encuentra su significado en el camino hacia sus dioses, creadores de naturaleza, y a la vez parte integrante de la misma.

Cada año, en los primeros días de febrero, hombres y mujeres mapuches dejan sus viviendas para emigrar hacia el sitio donde tendrá lugar el Nguillatún, principal acontecimiento anual del mundo mapuche, que augura buen tiempo y prosperidad. En ese sitio, algún lugar de la meseta patagónica, permanecerán durante cuatro días para pedirle al Dios Futachao progreso y bienestar.

A medida que van llegando se presentan ante su cacique.
Según la tradición mapuche, la demostración de abundancia se hace imprescindible en estas grandes celebraciones. Una vez demarcado el círculo ceremonial, y a unos cinco metros del "rehue" o espacio cerrado central, se disponen las ramadas. Ellas serán el único cobijo que tendrán durante esos días de festejo.

La abertura de cada ramada está marcada por dos postes laterales y uno horizontal a manera de travesaño, atados con alambre, que servirá para colgar la carne y sostener los techos. Antiguamente eran realizados en cuero de caballo o guanaco; hoy se confeccionan con lonas o telas plásticas. Toda la familia intervendrá en el acondicionamiento de estas especies de tolderías.

Frente a las ramadas se prepara el fuego en el que se cocinan corderos y chivos. Según las tradiciones, en cada Nguillatún se debe sacrificar la mejor yegua de toda la comunidad para que su sangre se junte con "mapu", la tierra, como rito de fertilidad. Al preparar la ceremonia, los más jóvenes son los encargados de capturar a los animales que serán sacrificados. Tanto la yegua como los corderos son desangrados y su sangre se utiliza en los ruegos a Futachao.

Durante el ritual, el centro del universo mapuche está representado por el "rehue", o lugar hacia donde están dirigidas todas las invocaciones y ruegos. Aquí se colocan banderas y ramas como símbolo de fertilidad y prosperidad, que serán llevadas por los niños sagrados, conocidos como "Piwichén". Para ello, los chicos montarán caballos también considerados sagrados.

Esta larga festividad religiosa comienza con el canto de las ancianas, al que llaman "taïel". Mientras tanto, los hombres pintan en el anca de sus caballos la tradicional huella del avestruz del sur.

La caravana de jinetes avanza desde una distancia de 400 metros, y son precedidos siempre por los niños. La columna sigue lentamente hacia el círculo ceremonial, al compás de los sonidos del Kultrún, un típico instrumento musical que ellos mismos confeccionan. De pronto, los jinetes se lanzan a rienda suelta galopando en círculo alrededor del "rehue". Dan cuatro vueltas lanzando gritos para alejar a los espíritus malignos. Luego se acercan hasta donde está el cacique, quien realiza los ruegos mirando al naciente.

A la mañana siguiente, otro llamado del Kultrún anuncia una nueva jornada. Los niños sagrados se alistan en sus caballos para intervenir en los rituales, precediendo a la columna de jinetes, mientras los bailarines comienzan a ejecutar sus danzas alertados por el llamado del tambor.

Una vez más se repite el galope alrededor del "rehue". Sólo que en esta ocasión los jinetes se acercarán hacia los bailarines y simularán una persecución, todo al ritmo del Kultrún. Esta danza es llamada "choiquepurrún" o danza del avestruz, ya que los bailarines corren agitando su poncho a la manera de las alas de este animal. Una vez rodeada la ramada, los cinco jóvenes, que llevan puesto un tocado de plumas de esa ave y el cuerpo totalmente pintado, inician el baile contorneando el cuerpo y golpeando el suelo con los pies.
Una trompeta natural de caña ahuecada (Trutruca) acompaña al Kultrún con sus primitivos sonidos.

Al caer la tarde, el Kultrún deja de sonar al mismo tiempo que las ancianas detienen sus cantos. En medio de un tenebroso silencio, el cacique, ayudado por algunos jóvenes, acerca al círculo a la yegua destinada al sacrificio. El animal es colocado con su cabeza hacia el oeste en un hoyo donde su sangre se unirá a la tierra, porque, según la cultura mapuche, así lo quiere Futachao. Más tarde se llevará a cabo la carneada. Las mejores partes serán para los caciques como símbolo de respeto y jerarquía. En tanto, las niñas sagradas o "calfumallén" deben permanecer cada noche frente al rehue hasta avanzadas horas de la noche, vestidas con oscuras ropas que representan la lluvia requerida al padre grande.

Durante el amanecer del último día del ritual, se enarbola una bandera negra como signo de ruego por las abundantes lluvias. Al final se lleva a cabo la ceremonia del sangrado de los corderos, en la que intervienen todos los integrantes de la comunidad. En medio de los gritos, las ancianas continúan elevando sus súplicas, mientras la sangre se mezcla con jugo de piñones de araucaria, que luego se arroja sobre los corderos sagrados y al viento. La actitud de los corderos al momento de su suelta determinará el porvenir de la comunidad para el año que se inicia.

El ritual del último almuerzo será compartido por todos en un mismo espacio, a diferencia de los otros días en que cada familia comía frente a su ramada. Todos deben compartir la carne hervida de los corderos, y es fundamental que no se rompan sus huesos para poder enterrarlos intactos como exige el padre mayor, Futachao.

Sobre la cumbre de un cerro cercano, los últimos ruegos acompañan las instancias culminantes del Nguillatún.

Fuente: www.portalpatagonico.com

 

 

 

 

 

 

 


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