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JUANA AZURDUY

Capítulo VIII

Juan Hualparrimachi era un joven cholo que cierto día se presentó ante los esposos Padilla y se propuso para integrar sus fuerzas. Desde el primer momento quedaron éstos muy impresionados por la apostura y la inteligencia de este joven que acababa de salir de la adolescencia, pero que ya expresaba ideas claras en cuanto a su decisión de luchar por un mundo mejor.

Pero mucho más sorprendente fue cuando fueron desentrañando la genealogía de Hualparrimachi: éste afirmaba, y nada lo desmentía, ser hijo natural de Francisco de Paula y Sanz, quien había gobernado Potosí, al servicio del rey de España, durante varios años, haciéndolo con probidad y acierto, lo que le ganara un considerable prestigio en la ciudadanía. De Paula Sanz era, y esto era sabido de uno y otro lado del océano, también hijo ilegítimo, nada menos que de un rey de España, Carlos IV.

Su odio al español provenía no sólo de su reacción ante la injusticia a que eran sometidos él mismo y sus pares, sino también, a nivel más personal, a la absolu­ta desconsideración con que su padre, quien fuera luego fusilado por Castelli al entrar en Potosí, había tratado a su madre, una bellísima indígena, quien, para completar una genealogía deslumbrante, era des­cendiente directa del inca Huáscar. Ello no impidió que el arrogante español, luego de mantenerla aman­cebada durante un cierto tiempo, la abandonara más tarde en la miseria y la depresión que la llevaron a una muerte prematura.

Hualparrimachi se ganó prontamente la confianza y el afecto de doña Juana, que lo trató como a uno más de sus hijos, quizás como las señoras distinguidas de entonces trataban a sus criados preferidos. Mientras que Manuel Ascencio, confiado en el ascendiente que el joven cholo tenía sobre sus iguales y apreciando la habilidad letal que demostraba en el manejo de la huaraca, rápidamente le asignó el puesto de su lugar­teniente.

El cholo Hualparrimachi era extremadamente valiente y eficaz en los encarnizados entreveros, y ata­caba a sus enemigos con una ferocidad que impresio­naba a propios y ajenos, lo que hizo que su fama, aumentada por los relatos idealizados, se expandiera por la región.

Pero tan sorprendente que parecía descabellado, Hualparrimachi era, entre tanto odio y devastación, poeta. Y los tiempos han demostrado que sus poesías, redactadas en quechua, tenían talento:

¿Chekachu, urpílay,

Ripusaj ninqui,

Caru llajtata?

¿Manan cutinqui?...

“Rinayqui ñanta

Ckabuarichibuay,

Nauparisuspa, buackaynillaybuan

Chajcbumusckayqui.

“Rupbaymantari, nibuajtiyquiri,

Huackayniyllari,

Ppuyu tucuspa

Llantuycusuncka.

“¡Aucharumij buabuan!

¡Auca Kakaj churin!

¿Imanasckataj

Sackeribuanqui?

Traducción de Joaquín Gantier:

¿Es verdad, amada mía que dijiste,

me voy muy lejos para no volver?

Enséñame ese camino, que adelantándome,

Lo regaré con mi llanto.

Cuando me digas del calor del sol,

mi llanto, en nube convertido te hará sombra.

¡Hijo de la piedra! ¡Hijo de la roca!

¿Cómo me has dejado?

Una de las funciones que Manuel Ascencio le asignaría a Hualparrimachi fue la de colaborar con doña Juana en la custodia de sus hijos.

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