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              "Significa 
             «cabecita”, en quichua. Ser legendario muy conocido en la provincia 
             argentina de Santiago del Estero, especialmente en los 
             departamentos de Guasayán y Jiménez. Se lo describe como una cabeza 
             humana de larga y enmarañada cabellera que vaga sola en la noche, 
             rodando por el suelo o volando a ras de él, y produciendo al 
             desplazarse un ruido suave, como de trigal mecido por el viento. 
             También como una gran cabeza de dura pelambre, o una cabecita como 
             de criatura.  
              
             
             Suele aparecerse en las taperas o 
             en los caminos viejos y abandonados en ese momento en que vacila, a 
             punto de extinguirse, la luz del día, llorando y con el rostro 
             bañado en lágrimas. Aunque por lo común reduce su llanto a una 
             simple expresión de amargura, hay veces en que implora piedad, o 
             pide ayuda para salir de una situación angustiante.  
              
             Quiere siempre contar al viajero su aflicción, pero sólo logra 
             aterrorizarlo con su presencia. Hay versiones terribles de esta 
             leyenda que hablan de viajeros que se trabaron en feroz lucha con 
             ella hasta el amanecer, hora en que la vieron transformarse en toro 
             o ternero, y confesar bajo tal apariencia el error o la falta que 
             está condenada a purgar.  
              
             Pero el vencedor no salió en esos casos bien librado, pues perdió 
             el habla. O sea, la palabra de la Umita sólo sonaría para privar de 
             la suya al desventurado receptor.  Sin embargo, muchos de los 
             que la conocen no le temen. Hasta afirman que hacerse acompañar por 
             ella en una travesía nocturna es una protección eficaz contra los 
             malos espíritus, aunque hay que aguantar, claro está, sus 
             constantes quejas. Di Lullo subraya esta condición de numen 
             tutelar, que advierte a los hombre que los acechan. Domingo Bravo 
             nos cuenta que a menudo los paisanos le dejan agua en un sitio 
             apartado para que beba, pues sería la sed lo que la saca de su 
             refugio, llevándola a merodear por los ranchos. El alba pone 
             siempre fin a sus andanzas". 
               
             
              (*) 
             Bibliografía 
             Adolfo Colombres: Seres sobrenaturales de la cultura popular 
             argentina,  Edic. Del Sol, Bs. As., 1999 
               
				
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