La esclavitud en un rinc�n de la campa�a: Los esclavos del presb�tero Cayetano Escola |
Prof. Oscar Trujillo Especial para Bibliopress |
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La �prehistoria rural� y todos aquellos procesos sociales, pol�ticos y econ�micos, permanecieron marginados del estudio de la historia regional. Probablemente esta negaci�n tenga relaci�n con la fuerte identidad industrial que la zona fue construyendo desde fines del siglo pasado. Todo lo que tenemos es, a lo sumo, una sucesi�n de propietarios. Poco sabemos acerca de los complicados mecanismos de acceso a la tierra, casi nada de los conflictos sociales o de la econom�a regional. Algunos datos aislados nos permiten reconstruir, en torno a los or�genes del poblamiento de nuestra regi�n, una imagen que, aunque todav�a difusa, intenta acercarse a la realidad hist�rica. Esos datos, como huellas o �indicios�2, nos permiten inferir hip�tesis m�s contrastables que los cl�sicos supuestos.
Numerosos trabajos de investigaci�n han propuesto una revisi�n de muchos de esos conceptos. Desde los trabajos de Mayo, Garavaglia y Gelman entre otros, la historia pampeana ya no ha sido la misma. As� lo afirma Tandeter: �Lo que emerge ya con claridad de los debates es una campa�a rural con una abigarrada variedad de actividades econ�micas y sectores sociales.�3 Un estado de la cuesti�n de la historiograf�a regional pampeana, lo propone Fradkin, quien manifiesta: �La historia agraria del R�o de la Plata colonial ha puesto en cuesti�n en los �ltimos a�os muchos de los supuestos sobre los que se construy� la historia posterior; invita, con ello, a revisar sus conclusiones, a formular nuevas preguntas y a intentar otras respuestas.�4 Uno de los mitos m�s arraigados en la historiograf�a regional pampeana es el que afirma la inexistencia de negros en la campa�a bonaerense. Esa ausencia estar�a determinada por la escasa mano de obra requerida para la actividad rural excluyente: la ganader�a. En particular, esta zona de la Ca�ada de la Cruz hab�a sido considerada como un espacio vac�o. Como hemos intentado demostrar en otros trabajos relacionados con la regi�n5 y como lo han propuesto autores de la talla de Mayo, Garavaglia o Gelman, no s�lo la agricultura jug� un papel importante en la econom�a regional, sino que el n�mero de la poblaci�n esclava, y la de origen africano en general, fue muy alto. Veamos
pues las siguientes cifras, elaboradas por Marta Goldberg y Silvia
Mallo:6
�La campa�a circundante a la ciudad y cercana a una frontera incierta y m�vil poblada por el indio y por los desertores de la �civilizaci�n�, ha sido considerada tradicionalmente como un espacio habitado por blancos y mestizos. Se supuso adem�s que era escasa all� la poblaci�n africana por el alto costo de los esclavos en el R�o de la Plata que no hac�a rentable su utilizaci�n en las tareas rurales. Los �ltimos estudios demuestran por el contrario que los esclavos son elemento fundamental en el desarrollo de la estancia en las �reas rurales.�7
En su obra Los or�genes de Campana hasta la creaci�n del Partido,8 Fumiere analiza el caso de Escola: �El padre Escola adquiere para la explotaci�n de su predio cuarenta esclavos negros y todos los implementos necesarios para las tareas agropecuarias.�9 �Qu� actividades pod�an justificar semejante inversi�n de capital? Con el fin de corroborar esa cifra, acudimos a la fuente que con seguridad suministr� esa cifra: el Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz. Cotejando los datos de los libros de bautismo, matrimonios y defunciones hemos podido reconstruir una lista de esclavos de Escola. La cifra supera los 40 nombres, pero creemos conveniente revisarla con meticulosidad antes de considerarla definitiva.
Matrimonios
Fuente: Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz (1)-Matrimonios. Libro II Folio 47 (2)-Matrimonios. Libro II Folio 150 (3)-Matrimonios. Libro II Folio 151 (4)-Matrimonios. Libro II Folio 178
Bautismos
Fuente: Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz (1)- Bautismos. Libro II Folio 237 (2)- Bautismos. Libro II Folio 362 (3)- Bautismos. Libro III Folio 110
Defunciones
Fuente: Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz La l�nea punteada se�ala que, hacia esa fecha, la estancia ya no pertenec�a a Escola (1)- Defunciones. Libro II folio 218 (2)- Defunciones. Libro II folio 275 (3)- Defunciones. Libro II folio 286 (4)- Defunciones. Libro II folio 286 (5)- Defunciones. Libro II folio 302 (6)- Defunciones. Libro II folio 353 (7)- Defunciones. Libro II folio 389 (8)- Defunciones. Libro III folio 223 (9)- Defunciones. Libro VII folio 008
La cifra, supera los cuarenta esclavos. Pero eso no nos permite deducir �las fechas son m�s que elocuentes� que hayan sido adquiridos todos juntos. Adem�s tengamos en cuenta que, en 1814, despu�s del saqueo que realizan los realistas de Montevideo, Escola pierde �al menos eso relata La Gaceta� once de sus esclavos. Una de las posibles explicaciones que podr�an valer para este ejemplo, es la que propone Carlos Mayo:
�Los esclavos, en las estancias ricas y por tanto bien equipadas de ellos, constitu�an el n�cleo de trabajadores destinados a cubrir la demanda b�sica, tanto estacional como permanente. La que, por la fluctuaci�n de la producci�n y otras contingencias excediera ese piso o techo, se cubr�a con trabajadores libres.�10
Las evidencias de nuestro caso parecen corroborar esa idea.
Escola, en 1809, eleva una petici�n ante la inminente cosecha de trigo de su estancia, que:
�...demanda mucha gente para no malograrla y seguramente no es de contar con la precisa por la escasa vecindad de hombres trabajadores en el Partido...�
En la que solicita:
�...el favor y protecci�n qe. V.E. save dispensar a beneficio de la agricultura (...) se digne a instar por sus respectivas �rdenes superiores a los Alcaldes de Luj�n y Ca�ada de la Cruz afin de qe. zelando la ociosidad de hombres qe. vagan por aquellos Partidos les inclinen a conchavarse y que asimismo proporcionen de los transeuntes de Santiago, Tucuman y C�rdova peones �tiles por los precios corrientes entendiendo en evitar los Pretextos con que abandonan el trabajo en la m�s cr�tica estaci�n.�
Al margen, se lee:
�...l�brense las �rdenes q. se solicitan pa. q. por los medios qe prevenidos en tales casos, se faciliten al suplicante los peones necesarios pa la recogida de sus sementeras, pagando puntual y exactamente los jornales acostumbrados...�11
Por lo dem�s, de la presencia de otros trabajadores da cuenta la relaci�n que hace el oficial que intenta hacer efectiva la orden de trasladar algunos de sus esclavos a declarar por la causa del tr�fico de trigo en la Balandra �El Joven Nicol�s�, en 1817. Escola se muestra altanero:
�... hasta que no viniera por el jefe competente el allanmto. de su fuero no reconoc�a suficiente mi llamado... de ning�n modo franquear�a sus esclavos, sin embargo de ser contrario a la ley qe ning�n esclavo pudiere ser testigo contra ning�n amo.�12
El oficial, observa a su superior:
�... todos estos cargos fueron yn�tiles porque su recinto fue adelante tanto que me pareci� incapaz de reducirlo; no me atrevy a usar de la Fuerza por inmediaci�n a su casa y lo enterado que estaba de mucha gente que en ella ten�a en esclavos y otros yndividuos artesanos, que seg�n noticia ten�a 20 hombres y qe en el caso de imponer la m�a sumamte. inferior... me pareci� m�s prudente el regresar...�13
Hacia 1824, aparece registrado en la �Relaci�n que manifiestan los contratos de peones celebrados en esta Villa. A�o de 1824�. En �l se consignan:
�2 sept. 1824. �El Doctor Cayetano Escola a: Juan Jos� Centuri�n y a Eusebio Mu�oz por nueve meses. �El mismo a Jos� Higarola (?) para capataz por un a�o...�14
En este sentido, coincidimos con Mayo en considerar a los trabajos y roles de los esclavos en la campa�a como mano de obra b�sica en un mercado de trabajo muy fluctuante, y su rol como protocampesinos, en un intento de sus amos por abaratar costos. Esos trabajos
�...permanentes no estacionales desarrollados en la estancia a cargo de los esclavos estaban vinculados al mantenimiento de las instalaciones, al cuidado de las ovejas, vacas lecheras y caballos, capataces de los puestos y peones o labradores�.15
De todas
maneras, estamos convencidos de que el problema de la esclavitud no
puede investigarse s�lo como un problema meramente �tnico. Se enmarca
en un problema mayor, que es el de la mano de obra rural. Habr�a que
profundizar los estudios de los sistemas de conchabo, agregaci�n e
incluso el de los peque�os arrendamientos para tener una idea m�s
acabada del fen�meno.
1. Garavaglia, Juan C. �Notas para una historia rural pampeana un poco menos m�tica�, en Bjerg, M. M. y Reguera, A. (comps.) Problemas de la historia agraria. Nuevos debates y perspectivas de investigaci�n. IEHS, Tandil, 1993. p. 11. 2. Guinzburg, C. Mitos, emblemas e indicios. Morfolog�a e Historia. Gedisa, Barcelona, 1989. 3. Tandeter, E. �El per�odo colonial en la historiograf�a argentina reciente�, en Entrepasados Revista de Historia. A�o IV, N� 6, principios de 1994. p. 79. 4. Fradkin, Ra�l. �Estudio preliminar�, en Fradkin, R. (comp.) La historia agraria del R�o de la Plata colonial. Los establecimientos productivos. Tomo I. CEAL. Buenos Aires, 1993. p. 35 5. Trujillo, O. �Un rinc�n de la Ca�ada de la Cruz. Nuevas perspectivas de an�lisis en torno a los or�genes de Campana�, en Sextas Jornadas de Historia Regional. Campana, octubre de 1996. 6. Goldberg, M. y Mallo, S. �La poblaci�n africana en Buenos Aires y su campa�a. Formas de vida y subsistencia. (1750-1850)�, en Temas de Asia y �frica, 2. Instituto de Asia y �frica, Buenos Aires, 1992. pp. 15-69. 7. Idem. p. 19. 8. Fumiere, J. P. Los or�genes de Campana hasta la creaci�n del Partido. Archivo Hist�rico de la Provincia de Buenos Aires, 1938. 9. Idem. p. 36. 10. Mayo, Carlos, op. cit. pp. 138/9 11. A. G. N. Solicitudes Civiles. 12.9.5 12. A.H.P.B.A. 5.3.35.2. Fo. 28. 13. Id. Fo. 28 vta. 14. Archivo Estanislao Zeballos. Luj�n. Carpeta 2 A.0348. Libro Registro de contrato de trabajo. Fo. 3. 15. Goldberg, M. y Mallo, S. op. cit. pp. 46-47.
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Jorge Emilio Gallardo Fue director del Suplemento Literario de La Naci�n. Actualmente dirige la revista Idea viva. Especial para Bibliopress |
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En pocas ocasiones el investigador pone tanto a prueba su aptitud cient�fica como ante culturas se�aladas por una marca diferente de la propia. Una mara�a conceptual nos distancia del objeto cultural ajeno. El prejuicio act�a sin que lo advirtamos y amenaza de ra�z a cualquier empresa te�ricamente simple en materia de valoraci�n arqueol�gica o etnogr�fica. Merleau Ponty recomendaba que, en materia de antropolog�a, sujeto y objeto no perdiesen sus respectivas especificidades, a fin de permanecer uno y otro enteramente inteligibles, sin reducci�n ni transposici�n temeraria.
En Bartolom� Mitre existe una vertiente atenta a ese otro mundo. �C�mo podr�a, en efecto, haber prescindido de la realidad ind�gena en una Am�rica cuyo dato humano b�sico estaba dado por la presencia f�ustica �como dir�a Alejo Carpentier� del indio y del negro? La frontera con el aborigen distaba pocos kil�metros de cualquier ciudad argentina, incluida Buenos Aires. El negro esclavo y despu�s el liberto se hallaban incorporados a la poblaci�n primero hispana y luego criolla en proporciones elevad�simas. En la Gran Aldea, como en las ciudades del resto de nuestro territorio nacional, el dato ct�nico, tel�rico, no estaba mediatizado. La pampa era parte del paisaje porte�o. En lo humano, la inmigraci�n no hab�a llegado a�n a nivelar extremos ni a diluir lo indio y lo negro, lo espa�ol y lo italiano.
Pese a ser protagonista de aquel choque de culturas, el pr�cer supo remontarse al mundo de las altas ideas y contemplar con perspectiva a su propio tiempo y a su medio hist�rico-social. El suyo era un mundo de fronteras voraces: la del ind�gena, la de los l�mites internos de Buenos Aires y la Confederaci�n, la del exilio reiterado. Fue un apol�neo en medio de las dionis�acas variedad y tendencia al caos que marcaban a su tiempo. La frontera no era un trazo limpio en ning�n mapa: t�nganse presentes las comunicaciones precarias, la dependencia del factor clim�tico, el caballo y la diligencia, el supuesto azar, los albergues inh�spitos, la medicina heroica o ausente. El azar, he anotado, pero �ste no es m�s que un supuesto c�modo: su verdadero nombre es providencia, y �sta uno de los nombres divinos. Experimentado en los vericuetos de nuestra psicolog�a, Carl Gustav Jung reconoci� en nuestro siglo que �La voluntad individual no determina la ascensi�n o la decadencia de las naciones; son ciertos factores impersonales, a saber el esp�ritu y la tierra natal, los que, con medios inescrutables y misteriosos, dan forma y moldean a los pueblos�. Me complace esta definici�n intuitiva dada por un estricto hombre de ciencia, y me agrada aplicar esos conceptos al caso de Mitre, aquel joven que en carta familiar expres� que sent�a dentro de s� �el germen de alguna cosa�... Verdaderamente, eran medios inescrutables y misteriosos los que pujaban en aquel ni�o que entreve�a en borrador la proyecci�n de su figura inmensa. La voluntad individual �podr�amos decir nosotros, parafraseando a Jung� no determina la ascensi�n o decadencia de los individuos. Y el destino se vale de algunos de estos elegidos para dar forma y moldear a los pueblos. El general Mitre, que hab�a peleado contra los indios �no siempre victorioso� y que tambi�n cont� con ind�genas entre sus soldados (en Cepeda, Pav�n y La Verde) tuvo al aborigen por tema de sus investigaciones cuando escribi� nuestra historia, cuando describi� sus reliquias de anta�o �como las ruinas de Tiahuanaco� y cuando se dedic� a los estudios ling��sticos sobre la base de las numerosas obras que atesor� en su Biblioteca Americana. Cito al historiador para que veamos la sustancia, forma e �ndole de sus exposiciones:1 Los conquistadores, o m�s bien dichos colonos del R�o de la Plata, ocupaban un pa�s poblado por tribus n�mades sin cohesi�n social, sin metales preciosos y sin recursos para proveer a las exigencias de la vida civilizada. Los ind�genas ocupantes del suelo, obedeciendo a su �ndole nativa, se plegaban mansamente; los unos bajo el yugo del conquistador; los m�s belicosos intentaban disputar el dominio de las costas, pero a los primeros choques ced�an el terreno y se refugiaban en la inmensidad de los desiertos mediterr�neos, donde s�lo el tiempo y la poblaci�n condensada podr�a vencerlos, prolongando indefinidamente la guerra de la conquista. [...] Los ind�genas
sometidos se amoldaban a la vida civil de los conquistadores, formaban
la masa de sus poblaciones, se asimilaban a ellas, sus mujeres constitu�an
los nacientes hogares, y los hijos de este consorcio formaban una nueva
y hermosa raza, en que prevalec�a el tipo de la raza europea con todos
sus instintos y con toda su energ�a, bien que llevara en su seno [aqu�
Mitre intercala un juicio de valor negativo] los malos g�rmenes de su
doble origen. De este modo, los ind�genas sujetos a servidumbre social
y no a esclavitud compart�an con sus amos las Este es el tono sereno, el estilo �de altas cumbres� tan propio de su autor. Incluso cuando y donde los hechos fueron terribles, �l introduce invariablemente el concepto correctivo. Coherente con esto, cuando Hern�ndez le env�a un ejemplar del Mart�n Fierro, Mitre le observa que la cr�tica social all� presente no haya sido matizada por lo que llama el correctivo de la solidaridad social. De igual manera, veremos m�s adelante una severa objeci�n que le merece un comentario de Belgrano referente a problemas laborales en relaci�n con la presencia en ellos de negros y mulatos. El prurito de objetividad del historiador cient�fico que fue Mitre no le impide, en efecto, emitir juicios acerca de hechos y situaciones; circunstancia inevitable, por lo dem�s, en quien procuraba extraer experiencia del pasado y aplicarla a la vida pol�tica de los pueblos. Cuando describe a Belgrano en Potos� califica a la mita como �b�rbara contribuci�n de trabajo personal�. En cuanto al creador de la Bandera, escribe Mitre que �La popularidad que adquiri� entre los indios fue inmensa, conquist�ndolos de tal manera a la causa de la revoluci�n que, a pesar del car�cter p�rfido que es proverbial en ellos y del odio secreto que profesan a la raza espa�ola, siempre fueron fieles a su recuerdo�. En estas frases, como es notorio, vuelve a deslizarse un concepto muy definido del autor. Las referencias a indios son recurrentes en las p�ginas del historiador y los p�rrafos que siguen justifican esa importancia: En pa�ses como los del Alto y Bajo Per�, donde los indios reducidos a la vida civil constituyen la base de la poblaci�n, y forman unidos a los cholos, que son los mestizos, los que propiamente puede llamarse all� la masa popular, el elemento ind�gena era de la mayor importancia; sobre todo dependiente de ellos la subsistencia de los ej�rcitos, pues, como los indios son los �nicos que se dedican a la cr�a de ganados, y el pa�s es �rido y pobre en la parte monta�osa, que es por donde cruzan los caminos militares, pueden, con s�lo retirar los v�veres y forrajes, paralizar las m�s h�biles combinaciones de un general. El elemento ind�gena entraba tambi�n por mucho como auxiliar activo de las combinaciones militares de Belgrano, y todo el pa�s estaba cubierto de indiadas militarizadas, armadas de palos y de hondas y de piqueros de a pie, que obedec�an las �rdenes de caudillos que hab�an adquirido alguna nombrad�a y hac�an un activo servicio de vigilancia, interceptando las comunicaciones del enemigo, y lo manten�an en constante alarma. Es de inter�s destacar otra perspectiva hist�rica de Mitre acerca del aborigen con motivo de referirse al proyecto de restauraci�n de la antigua monarqu�a de los Incas como coronaci�n de la revoluci�n sudamericana, seg�n proyecto de Belgrano bien recibido en el Congreso de Tucum�n. Dice al respecto Mitre: Aun cuando no respondiera a ninguna aspiraci�n popular y estuviese en pugna con los elementos org�nicos de la sociedad a la que pretend�a aplicarse, como soluci�n por unos, o como remedio por otros, �l entra�aba, empero, un plan pol�tico que ten�a su filiaci�n hist�rica y que encontraba eco as� en las poblaciones ind�genas como en las falsas ideas que en aquella �poca circulaban respecto de la identidad de causa entre los antiguos ocupantes del suelo y los nuevos revolucionarios de la tierra. La revoluci�n americana, radical en sus prop�sitos y org�nicamente democr�tica por la �ndole misma de los pueblos, fue no s�lo una insurrecci�n de las colonias hispano-americanas contra su metr�poli, sino principalmente de la raza criolla contra la raza espa�ola. La raza criolla, que se apellidaba a s� misma americana, confund�a en su odio a los antiguos conquistadores con los dominadores y explotadores del pa�s durante el coloniaje, y al renegar, renegaba de la sangre espa�ola que corr�a por sus venas, y al hacer causa com�n con los ind�genas, hac�a suyos sus antiguos agravios, como si descendiera directamente de los monarcas y caciques que tiranizaban el Nuevo Mundo antes del descubrimiento. Este sentimiento era m�s pronunciado en los pa�ses en que la poblaci�n ind�gena o mezclada prevalec�a y constitu�a el elemento activo, como en M�jico y en el Per�. En las Provincias Unidas del R�o de la Plata y en Chile, donde la masa de la poblaci�n en que estaba radicada la fuerza la compon�an los criollos, ese sentimiento, racionalmente alimentado por las clases ilustradas, ten�a tambi�n su repercusi�n en el pueblo. El historiador de Belgrano y de San Mart�n expresa que las colonias americanas sublevadas contra Espa�a �daban como una de las causas de la revoluci�n las crueldades de los antiguos conquistadores espa�oles contra los indios americanos, declarando a los primeros usurpadores de su suelo y verdugos de su raza�. En una nota lo precisa de la siguiente manera: �En este esp�ritu est� concebido el manifiesto del Congreso de Tucum�n de 25 de octubre de 1817, cuyo t�tulo es: �Sobre el tratamiento y crueldades de los espa�oles, motivando la declaraci�n de la Independencia de las P. U. del R�o de la Plata�. En �l se dice: �Desde que los espa�oles se apoderaron de estos pa�ses, prefirieron el sistema de asegurar su dominaci�n, exterminando y degradando. Principiaron por asesinar a los monarcas del Per�, y despu�s hicieron lo mismo con los dem�s r�gulos y primados que encontraron. Los habitantes del pa�s (los indios) queriendo contener tan feroces irrupciones, fueron v�ctimas�.�
Una mitolog�a revolucionaria Mitre, que no formula la apolog�a del aborigen, subraya que la revoluci�n invocaba en proclamas, bandos, textos period�sticos y c�nticos guerreros los manes de Manco C�pac, Moctezuma, Guatimozin, Atahualpa, Siripo, Lautaro, Caupolic�n y Rengo como padres y protectores de la raza americana. �Los Incas especialmente constitu�an entonces la mitolog�a de la revoluci�n: su Olimpo hab�a reemplazado al de la antigua Grecia: sol simb�lico era el fuego sagrado de Prometeo, generador del patriotismo; Manco C�pac, el J�piter americano que fulminaba, los rayos de la revoluci�n, y Mama Ocllo, la Minerva ind�gena que brotaba de la cabeza del padre del Nuevo Mundo, fulgurante de majestad y gloria�. El historiador comprende el pensamiento de Belgrano respecto de la monarqu�a y su inicial aprobaci�n por el Congreso de Tucum�n, pero desmenuza los hechos y demuestra su inconsistencia. Comprende que, al invocar la fraternidad de las razas y los derechos comunes, propendiera a mantener atadas a las provincias del Alto Per� por un v�nculo moral, propiciando de paso la buena voluntad de las poblaciones ind�genas del Bajo Per�. �Pero desconoc�a los antecedentes hist�ricos, los hechos contempor�neos, los medios y los fines, al formular su plan.� En cuanto al plan, no le niega grandiosidad ni buena intenci�n, pero no le concede sentido pr�ctico ni sentido com�n. Otro inconveniente se�ala en el plano internacional, pues los promotores del plan imaginaban que la instauraci�n de una monarqu�a americana recoger�a los buenos auspicios de la Europa mon�rquica. Mitre llama a esto �c�lculo tan pueril como el de hacer triunfar la revoluci�n por la fuerza de los indios�, y no olvida el antecedente revolucionario de T�pac Amaru. De todas formas, el historiador registra reiteradamente, en su obra, la permanente benevolencia de Belgrano para con los ind�genas; la abolici�n del servicio personal de los indios en el Per� por decisi�n de San Mart�n; la sublevaci�n de los indios chaque�os a lo largo del Pilcomayo, en favor de los patriotas; la alianza de O�Higgins con los pehuenches; el apoyo de ciertos ind�genas a un virrey del Per�; los intentos del chileno Marc� por obtener el favor de los araucanos; una insurrecci�n ind�gena en el Per�; las relaciones de Artigas con los indios; en fin, el arreglo logrado por San Mart�n para contar con el apoyo de los pehuenches para el cruce de los Andes, etc�tera. San Mart�n cultiv� en Cuyo relaciones amistosas con los indios pehuenches, a fin de asegurar el tr�nsito de sus agentes secretos a Chile por los pasos dominados por aqu�llos. Adem�s, quer�a tenerlos de su parte en caso de invasi�n del enemigo. No entraremos en el apasionante tema de los emisarios secretos del Libertador, la guerra informativa a trav�s de la Cordillera, los esp�as dobles o simples, las informaciones deliberadamente falsas y todo aquel prodigio psicol�gico que permiti� a San Mart�n desconcertar por completo a Marc� antes de lograr la victoria por las armas. La propia etimolog�a ind�gena de Maip� o Maipo es objeto de un detallado informe del historiador. Vale la pena registrar el relato del autor sobre el parlamento a que San Mart�n invit� a los jefes pehuenches en el fuerte de San Carlos, sobre la l�nea fronteriza del Diamante, con el fin
ostensible de pedirles tr�nsito por sus tierras, haci�ndose preceder
de varias recuas de mulas cargadas de centenares de pellejos de
aguardiente y barriles de vino, dulces, telas vistosas y cuentas de
vidrio para las mujeres, y para los hombres, arneses de montura, v�veres
de todo g�nero en abundancia, y un surtido de bordados y vestidos
antiguos que pudo El Libertador consigui� que estos indios le prometieran ganados y hasta una participaci�n militar activa. Hasta aqu� nuestras referencias al tema del ind�gena en relaci�n con Mitre. Quedan por mencionar sus estudios sobre lenguas ind�genas, consistentes b�sicamente en glosas de obras fundamentales en la materia, referidas a las lenguas ind�genas de todo el continente. Sobre la base de su acopio documental y bibliogr�fico �su Archivo y Biblioteca Americana� despleg� una clasificaci�n ling��stica atenta a la distribuci�n geogr�fica y enfocada desde el punto de vista etnoling��stico. El beneficio de esta obra estuvo dado por la necesaria difusi�n de informaciones y conceptos de dif�cil o imposible acceso para la mayor�a de los lectores y estudiosos. La Naci�n prescindi� de valorar editorialmente la problem�tica ind�gena hasta fecha muy reciente. Los afroargentinos A la presencia del hombre de origen africano en nuestro territorio han sido dedicados estudios de car�cter hist�rico y evocaciones de condici�n m�s o menos testimonial y/o cient�fica. Hemos encontrado en Mitre frecuentes referencias a la situaci�n protag�nica del negro en nuestra historia, tanto con motivo de su llegada por el comercio de la trata esclavista como a las instancias pol�ticas y econ�micas de ese g�nero de transacciones, demostrativo del salvajismo blanco. En particular, abundan las referencias a la decisi�n del Cabildo de Buenos Aires, presionado por los monopolistas, para que los cueros no pudiesen ser comercializados por los barcos negreros, pese a que a �stos se les hab�an garantizado ganancias con los frutos del pa�s. Concretamente, los cueros fueron excluidos de la categor�a de frutos del pa�s, lo que el historiador comenta significativamente con un simple signo de admiraci�n. En Mitre subyace un sentido o criterio de deuda moral contra�do con nuestros hombres y mujeres negros. Pese a sus formulaciones siempre moralizadoras y ajenas a las truculencias, no deja de registrar repetidamente las cruzadas referencias de los padres de la patria en el sentido de conceder la libertad de los esclavos a fin de enganchar los en el servicio activo de las armas, m�s precisamente en la infanter�a. El hecho no difer�a demasiado del antecedente representado por la existencia colonial de unidades militares de pardos y morenos, y lo cierto es que, pese a la resistencia tenaz de los propietarios de esclavos (que consiguieron repetidamente diferir la incautaci�n en Mendoza, donde San Mart�n la urg�a), lo cierto es que los regimientos de negros y mulatos continuaron siendo empleados en favor de la causa de la Independencia. Con ellos el argentino tiene una deuda moral, la misma que Mitre materializ� en la cr�nica de la muerte heroica del controvertido Falucho, figura que contribuy� a robustecer como un emblema de los de su raza. El pensamiento de Mitre al respecto est� contenido en un discurso que dirigi� al ministro brasile�o en Buenos Aires en nombre del pueblo argentino el 19 de mayo de 1888: Sr. Ministro: El pueblo Argentino se une al aplauso universal y al coro de bendiciones que saluda al pueblo y al gobierno brasile�o, por la extinci�n de la esclavitud en el mundo. Los argentinos, y todos los hombres del orbe civilizado que viven al amparo de sus leyes hospitalarias bajo los auspicios de la libertad se asocian a esta festividad humana, con los t�tulos de su historia como precursores de la manumisi�n de los esclavos en ambas Am�ricas, refrendados por los primeros estadistas brasile�os. En 1865, el
senador Saraiva, uno de los iniciadores de ese movimiento saludable en
su La Rusia, gigante del poder�o, busc� la causa de su derrota despu�s de Sebastopol, y encontr�ndola en la acci�n enervante del elemento servil, emancip� a sus siervos, y de este modo, aun bajo el imperio de un aut�crata, pudo llamarse la Rusia libre. Los Estados Unidos, al ver vacilar las bases de su uni�n, encontraron la causa disolvente de su robusta nacionalidad en la instituci�n de la esclavitud, y la extinguieron por siempre, ofreciendo en holocausto de la idea y expiaci�n del crimen de lesa humanidad, un mill�n de v�ctimas generosas que han asegurado perpetuamente los destinos de la Rep�blica modelo. El Brasil, vencedor en la guerra del Paraguay aliado � las rep�blicas del Plata, se dio cuenta de las causas que multiplicaron las resistencias y los esfuerzos � hicieron menos fecunda su victoria, y encontr�ndolas en la esclavitud, se propuso extirparla. Debe decirse en honor del ilustrado gobierno brasile�o �sin distinci�n de colores pol�ticos� que la cuesti�n de la servidumbre de la raza africana estaba en estudio en sus consejos aun antes que sobreviniese la guerra del Paraguay, que le dio el impulso marcado por el se�or Paranhos. La abolici�n de la esclavitud en el Brasil fue una de las grandes aspiraciones de sus pensadores desde los primeros d�as de su independencia. Debe decirse, sobre todo, en honor del pueblo brasile�o, que la esclavitud era un doloroso legado que llevaba en su seno como una llaga, comprendiendo que necesitaba extirparla para vivir, y lavar esta mancha hereditaria de su frente, para merecer el nombre de pueblo libre y civilizado. Lo que distingue � los pueblos destinados � perpetuarse desempe�ando una misi�n humana, es encarar valientemente los pavorosos problemas de la vida, y resolverlos como la Inglaterra cuando dijo: �Perezcan las colonias y s�lvese el principio�; � como Lincoln cuando dijo: �No puedo salvar la Uni�n sin libertar � los esclavos�.
En este documento �mucho m�s extenso�, Mitre formula una profesi�n de fe coherente con su formaci�n �ntimamente liberal y mas�nica. Cuba y Brasil, en efecto, fueron los �ltimos pa�ses americanos en abolir la esclavitud. �Cu�ntos intereses econ�micos se habr�n puesto en juego para impedirlo, para retacearlo, para postergar su cumplimiento! Una deuda hist�rica Entre nosotros, la Asamblea del a�o 13 hab�a dictado la ley de libertad de vientres, y la Asamblea Constituyente de 1852 habr�a resuelto por unanimidad acordar la libertad de los esclavos. En la Naci�n Argentina �decidieron los constituyentes� no hay esclavos; los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constituci�n, y una ley especial reglar� las indemnizaciones a que d� lugar esta declaraci�n. [...] Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que ser�n responsables los que los firmasen y el escribano o funcionario que lo autorice. En junio de 1901 Mitre registr� en La Naci�n la muerte, a la edad de ciento once a�os, de Felipe D�az, hombre de color que hab�a sido soldado en las guerras de la Independencia. Consecuente con aquella sensaci�n de deuda hist�rica a que nos hemos referido, el historiador reprueba un p�rrafo que Belgrano dirigi� al Consulado, donde advirti� que �los blancos prefieren la miseria y la holgazaner�a, antes de ir a trabajar al lado de negros y mulatos�. Mitre reprocha esas l�neas as�: �L�stima es que tan bellas p�ginas tengan un borr�n que las afee, cuando al hablar de las razas, refiri�ndose a los africanos y a sus descendientes mixtos, los presenta como perjudiciales al adelanto de la industria, insinuando la separaci�n de su trabajo. [...] Se extra�a en un hombre de su elevaci�n moral no encontrar al lado de esas palabras el correctivo�. El correctivo, siempre el correctivo, como cuando recomendaba a sus colaboradores de La Naci�n la m�xima de �no injuriar�... Otro gran americano, el cubano Jos� Mart�, escribi� en el diario de Mitre varios art�culos sobre el problema negro en los Estados Unidos y el Caribe. No es extra�o, pues, que Mitre recibiera las siguientes distinciones de car�cter claramente africanista: en 1856, vicepresidente honorario del Institut d�Afrique de Par�s; en 1864, presidente honorario de la misma instituci�n; en 1877, socio honorario de la Sociedad Coral y Musical La Africana; en 1878, miembro honorario de la sociedad Hijos de �frica, y en 1890, presidente honorario de la Sociedad Candombera Negros y Negras Bonitas. En consonancia con este influjo, su diario defiende la causa de los negros, y ante amagos de discriminaci�n racial en teatros de Buenos Aires elogia una decisi�n municipal relativa a igualdad de derechos de asistencia a salas teatrales. La Naci�n del 24 de enero de 1880 destaca que la resoluci�n �no puede ser m�s satisfactoria para las personas � quienes no se dejaba entrar � los bailes de m�scaras�. El concepto b�sico del diario es que en la Argentina no hay prerrogativas de sangre. En otro caso, un diario alsinista �La Pol�tica� ha tenido referencias despectivas hacia los negros, y La Naci�n sale en defensa de �stos el 13 de agosto de 1873: ��Ignora �La Pol�tica� que esos negros han dado d�as de gloria � nuestra patria, y que su sangre generosa ha humedecido m�s de una vez nuestros campos de batalla?�. Parece probable que esas l�neas hayan sido del propio Mitre. V�ase su parecido con estas otras, que tomo de sus Obras completas (VI, 32): ... Esto explica tambi�n por qu�, cuando lleg� el d�a de la insurrecci�n de la colonia, los antiguos libertos y los esclavos tomaron las armas como hijos y hermanos de sus antiguos amos dom�sticos, se hicieron ciudadanos de la nueva democracia, formaron el n�cleo de sus batallones veteranos, y derramaron generosamente su sangre al lado de ellos, sellando con ella el principio de la igualdad de razas y derechos proclamados por la revoluci�n de la independencia argentina. En la cr�nica de una extra�a aventura vivida por varios marinos (Obras completas, XII, 14 - 16), el historiador rescata la circunstancia ins�lita de que sus protagonistas pertenec�an a cuatro partes del mundo: un europeo, un asi�tico, un ind�gena y un negro de Angola. Concluyo tan breve evocaci�n con estas l�neas de Mitre: Tres razas concurrieron desde entonces (se refiere al siglo XVI) al g�nesis f�sico y moral de la sociabilidad del Plata: la europea o caucasiana como parte activa, la ind�gena o americana como auxiliar y la eti�pica como complemento. De su fusi�n result� ese tipo original, en que la sangre europea ha prevalecido por su superioridad, regener�ndose constantemente por la inmigraci�n, y a cuyo lado ha crecido, mejor�ndose, esa otra raza mixta del negro y del blanco, que se ha asimilado las cualidades f�sicas y morales de la raza superior. El etnocentrismo patente en �stos �ltimos conceptos indican el pensamiento de toda una �poca. Mitre no hizo la apolog�a del ind�gena, pero s� la del descendiente de africanos, al menos en t�rminos de reconocimiento hist�rico. La antropolog�a ten�a aun mucho que andar para suprimir aquel g�nero de juicios de valor absolutos en materia de culturas humanas.
1 �stas y otras citas provienen de las Obras completas de Mitre. |
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