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N� 9 -  pag. 4

 

HOMENAJE A LA NEGRITUD

 

 

 

 

 

 



La esclavitud en un rinc�n de la campa�a: Los esclavos del presb�tero Cayetano Escola  

Prof. Oscar Trujillo

Especial para Bibliopress  

 

Familia de negros libres en AngolaLa historia regional tradicional ha puesto especial atenci�n en el �surgimiento� de los pueblos, en un intento por encontrar un hito demarcador del comienzo de una historia de �progreso�1 y �modernizaci�n�. En ese sentido, todos los procesos anteriores a esos hechos fundacionales, quedaron sepultados en la m�s completa de las oscuridades. Casi todos los trabajos de investigaci�n hist�rica de los �ltimos a�os, se refieren a procesos posteriores �o contempor�neos� a los pueblos: la industrializaci�n, el ferrocarril, las luchas obreras, las instituciones, etc.

La �prehistoria rural� y todos aquellos procesos sociales, pol�ticos y econ�micos, permanecieron marginados del estudio de la historia regional. Probablemente esta negaci�n tenga relaci�n con la fuerte identidad industrial que la zona fue construyendo desde fines del siglo pasado.

Todo lo que tenemos es, a lo sumo, una sucesi�n de propietarios. Poco sabemos acerca de los complicados mecanismos de acceso a la tierra, casi nada de los conflictos sociales o de la econom�a regional.

Algunos datos aislados nos permiten reconstruir, en torno a los or�genes del poblamiento de nuestra regi�n, una imagen que, aunque todav�a difusa, intenta acercarse a la realidad hist�rica. Esos datos, como huellas o �indicios�2, nos permiten inferir hip�tesis m�s contrastables que los cl�sicos supuestos.

 

Numerosos trabajos de investigaci�n han propuesto una revisi�n de muchos de esos conceptos. Desde los trabajos de Mayo, Garavaglia y Gelman entre otros, la historia pampeana ya no ha sido la misma.

As� lo afirma Tandeter:

�Lo que emerge ya con claridad de los debates es una campa�a rural con una abigarrada variedad de actividades econ�micas y sectores sociales.�3

Un estado de la cuesti�n de la historiograf�a regional pampeana, lo propone Fradkin, quien manifiesta:

�La historia agraria del R�o de la Plata colonial ha puesto en cuesti�n en los �ltimos a�os muchos de los supuestos sobre los que se construy� la historia posterior; invita, con ello, a revisar sus conclusiones, a formular nuevas preguntas y a intentar otras respuestas.�4

Uno de los mitos m�s arraigados en la historiograf�a regional pampeana es el que afirma la inexistencia de negros en la campa�a bonaerense. Esa ausencia estar�a determinada por la escasa mano de obra requerida para la actividad rural excluyente: la ganader�a.

En particular, esta zona de la Ca�ada de la Cruz hab�a sido considerada como un espacio vac�o.

Como hemos intentado demostrar en otros trabajos relacionados con la regi�n5 y como lo han propuesto autores de la talla de Mayo, Garavaglia o Gelman, no s�lo la agricultura jug� un papel importante en la econom�a regional, sino que el n�mero de la poblaci�n esclava, y la de origen africano en general, fue muy alto.

Veamos pues las siguientes cifras, elaboradas por Marta Goldberg y Silvia Mallo:6


Censo 

1836

1838  

Blancos

1028 

1088  

Pardos y negros

138

134  

Extranjeros

25 

12  

Tropa

2

--

Familia de tropa

--

--

Total

1096

1234  




Corresponden al Partido de Exaltaci�n de la Cruz y demuestran, adem�s, los siguientes �ndices porcentuales:


Censo 

1836

1838

Porcentaje de poblaci�n de origen africano

12,59 

10,85  




Las cifras contrastan con las de otros partidos cercanos:


Censo 

1836

1838  

San Pedro

17,17

25,89  

San A. de Areco

  18,51

17,56 

Baradero

20,21

  24,60  



Las autoras aclaran:

�La campa�a circundante a la ciudad y cercana a una frontera incierta y m�vil poblada por el indio y por los desertores de la �civilizaci�n�, ha sido considerada tradicionalmente como un espacio habitado por blancos y mestizos. Se supuso adem�s que era escasa all� la poblaci�n africana por el alto costo de los esclavos en el R�o de la Plata que no hac�a rentable su utilizaci�n en las tareas rurales. Los �ltimos estudios demuestran por el contrario que los esclavos son elemento fundamental en el desarrollo de la estancia en las �reas rurales.�7

 

En su obra Los or�genes de Campana hasta la creaci�n del Partido,8 Fumiere analiza el caso de Escola:

�El padre Escola adquiere para la explotaci�n de su predio cuarenta esclavos negros y todos los implementos necesarios para las tareas agropecuarias.�9

�Qu� actividades pod�an justificar semejante inversi�n de capital?

Con el fin de corroborar esa cifra, acudimos a la fuente que con seguridad suministr� esa cifra: el Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz.

Cotejando los datos de los libros de bautismo, matrimonios y defunciones hemos podido reconstruir una lista de esclavos de Escola. La cifra supera los 40 nombres, pero creemos conveniente revisarla con meticulosidad antes de considerarla definitiva.  

 

Matrimonios  

 

Fecha

Esposo 

Esposa

  Padrinos  

26/06/1805

(1)  

Joaqu�n

 �negro angola�

 Mar�a  

  �negra de Guinea�  

 

26/04/1813

(2)

 Joaqu�n

    �negro de Guinea�  

 Mar�a 

  �negra de Guinea�  

Testigos: Domingo  

Escola e Isidora Hern�ndez

id.

(3)

  Domingo 

 �esclavo�   

 Isidora Hern�ndez  

vda. de Eusebio Benav�dez  

 

11/03/1816

(4) 

 Juan de la Cruz

�Indio pampa�

   Lorenza

�negra mina esclava�   

 �Francisco y Mar�a,  esclavos del referido Dr.�

 

Fuente:

Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz

(1)-Matrimonios. Libro II Folio 47

(2)-Matrimonios. Libro II Folio 150

(3)-Matrimonios. Libro II Folio 151

(4)-Matrimonios. Libro II Folio 178

 

Bautismos

 

Fecha

Edad 

Nombre

Descripci�n

  Padrinos

23/08/1807

(1)

12

Marcos

�de naci�n moro�

    �de Bs. As.�  

Marcos J. Mart�nez  

01/04/1810

(2)

 

Atanasio

 Jos�  

�Criados suyos�

   �adultos�  

  Domingo (pardo) 

 

 

Estevan

Agust�n

 

 

 

 

Bentura

 

 Antonio (pardo)

 

 

Fausto

Santiago

 

 

 

 

Pasqual

 

Joaqu�n (negro)

 

 

Toribio

Ger�nimo

 

 

 

 

Luis

 

Cayetano (negro)

 

 

Le�n

 

 

 

 

Pablo

 

Fernando (negro

 

 

Juan de Dios

Basilio

 

 

 

 

Ignacio

 

Joaqu�n (negro)

 

 

Ram�n

 

 

 

 

Lorenza

 

Luc�a

28/11/1813  (3)  

 

Clemente(*) 

(*) Padres: �... Andr�s esclavo de Escola y Mar�a Fern�ndez negra libre...�  

 Joaqu�n y Luc�a  

                                      

 

Fuente:

Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz

(1)- Bautismos. Libro II Folio 237

(2)- Bautismos. Libro II Folio 362

(3)- Bautismos. Libro III Folio 110

 

 

Defunciones  

 

10/12/1809  (1)

2 a�os?

Ana Escola

 �negra esclava�  

10/12/1812  (2)

3 a�os

Mariano Escola 

 �p�rvulo esclavo�

26/07/1813  (3)

 

 Pascual Escola

 �negro�  

09/08/1813  (4)

 

Clara Escola

 �negra�  

09/10/1814  (5)

 

Fernando Escola

�esclavo�  

01/07/1817  (6)

5 a�os 

 Antonio Escola 

�esclavo�  

07/03/1819  (7)

 

Gregorio p�rvulo

�se criaba en casa de Cayetano Escola (...)  padre desconocido�

24/11/1859  (8)

 adulto

  Esteban Escola 

�negro africano, casado con Mar�a Musio de ...?

24/10/1862  (9)

 

Rita Escola

  �negra africana�  

 

Fuente:

Archivo Parroquial de Exaltaci�n de la Cruz

La l�nea punteada se�ala que, hacia esa fecha, la estancia ya no pertenec�a a Escola

(1)- Defunciones. Libro II folio 218

(2)- Defunciones. Libro II folio 275

(3)- Defunciones. Libro II folio 286

(4)- Defunciones. Libro II folio 286

(5)- Defunciones. Libro II folio 302

(6)- Defunciones. Libro II folio 353

(7)- Defunciones. Libro II folio 389

(8)- Defunciones. Libro III folio 223

(9)- Defunciones. Libro VII folio 008

 

 

La cifra, supera los cuarenta esclavos. Pero eso no nos permite deducir �las fechas son m�s que elocuentes� que hayan sido adquiridos todos juntos. Adem�s tengamos en cuenta que, en 1814, despu�s del saqueo que realizan los realistas de Montevideo, Escola pierde �al menos eso relata La Gaceta� once de sus esclavos.

Una de las posibles explicaciones que podr�an valer para este ejemplo, es la que propone Carlos Mayo:  

 

Los esclavos, en las estancias ricas y por tanto bien equipadas de ellos, constitu�an el n�cleo de trabajadores destinados a cubrir la demanda b�sica, tanto estacional como permanente. La que, por la fluctuaci�n de la producci�n y otras contingencias excediera ese piso o techo, se cubr�a con trabajadores libres.�10

 

Las evidencias de nuestro caso parecen corroborar esa idea.  

Escola, en 1809, eleva una petici�n ante la inminente cosecha de trigo de su estancia, que:  

 

�...demanda mucha gente para no malograrla y seguramente no es de contar con la precisa por la escasa vecindad de hombres trabajadores en el Partido...�

 

En la que solicita:  

�...el favor y protecci�n qe. V.E. save dispensar a beneficio de la agricultura (...) se digne a instar por sus respectivas �rdenes superiores a los Alcaldes de Luj�n y Ca�ada de la Cruz afin de qe. zelando la ociosidad de hombres qe. vagan por aquellos Partidos les inclinen a conchavarse y que asimismo proporcionen de los transeuntes de Santiago, Tucuman y C�rdova peones �tiles por los precios corrientes entendiendo en evitar los Pretextos con que abandonan el trabajo en la m�s cr�tica estaci�n.�

 

Al margen, se lee:  

�...l�brense las �rdenes q. se solicitan pa. q. por los medios qe prevenidos en tales casos, se faciliten al suplicante los peones necesarios pa la recogida de sus sementeras, pagando puntual y exactamente los jornales acostumbrados...�11

 

Por lo dem�s, de la presencia de otros trabajadores da cuenta la relaci�n que hace el oficial que intenta hacer efectiva la orden de trasladar algunos de sus esclavos a declarar por la causa del tr�fico de trigo en la Balandra �El Joven Nicol�s�, en 1817.

Escola se muestra altanero:  

�... hasta que no viniera por el jefe competente el allanmto. de su fuero no reconoc�a suficiente mi llamado... de ning�n modo franquear�a sus esclavos, sin embargo de ser contrario a la ley qe ning�n esclavo pudiere ser testigo contra ning�n amo.�12

 

El oficial, observa a su superior:

 

... todos estos cargos fueron yn�tiles porque su recinto fue adelante tanto que me pareci� incapaz de reducirlo; no me atrevy a usar de la Fuerza por inmediaci�n a su casa y lo enterado que estaba de mucha gente que en ella ten�a en esclavos y otros yndividuos artesanos, que seg�n noticia ten�a 20 hombres y qe en el caso de imponer la m�a sumamte. inferior... me pareci� m�s prudente el regresar...�13

 

Hacia 1824, aparece registrado en la �Relaci�n que manifiestan los contratos de peones celebrados en esta Villa. A�o de 1824�. En �l se consignan:

 

�2 sept. 1824.

�El Doctor Cayetano Escola a: Juan Jos� Centuri�n y a Eusebio Mu�oz por nueve meses.

�El mismo a Jos� Higarola (?) para capataz por un a�o...�14

 

En este sentido, coincidimos con Mayo en considerar a los trabajos y roles de los esclavos en la campa�a como mano de obra b�sica en un mercado de trabajo muy fluctuante, y su rol como protocampesinos, en un intento de sus amos por abaratar costos.

Esos trabajos  

�...permanentes no estacionales desarrollados en la estancia a cargo de los esclavos estaban vinculados al mantenimiento de las instalaciones, al cuidado de las ovejas, vacas lecheras y caballos, capataces de los puestos y peones o labradores�.15

 

De todas maneras, estamos convencidos de que el problema de la esclavitud no puede investigarse s�lo como un problema meramente �tnico. Se enmarca en un problema mayor, que es el de la mano de obra rural. Habr�a que profundizar los estudios de los sistemas de conchabo, agregaci�n e incluso el de los peque�os arrendamientos para tener una idea m�s acabada del fen�meno.


Notas

 

1.       Garavaglia, Juan C. �Notas para una historia rural pampeana un poco menos m�tica�, en Bjerg, M. M. y Reguera, A. (comps.) Problemas de la historia agraria. Nuevos debates y perspectivas de investigaci�n. IEHS, Tandil, 1993. p. 11.

2.       Guinzburg, C. Mitos, emblemas e indicios. Morfolog�a e Historia. Gedisa, Barcelona, 1989.

3.       Tandeter, E. �El per�odo colonial en la historiograf�a argentina reciente�, en Entrepasados Revista de Historia. A�o IV, N� 6, principios de 1994. p. 79.

4.       Fradkin, Ra�l. �Estudio preliminar�, en Fradkin, R. (comp.) La historia agraria del R�o de la Plata colonial. Los establecimientos productivos. Tomo I. CEAL. Buenos Aires, 1993. p. 35

5.       Trujillo, O. �Un rinc�n de la Ca�ada de la Cruz. Nuevas perspectivas de an�lisis en torno a los or�genes de Campana�, en Sextas Jornadas de Historia Regional. Campana, octubre de 1996.

6.       Goldberg, M. y Mallo, S. �La poblaci�n africana en Buenos Aires y su campa�a. Formas de vida y subsistencia. (1750-1850)�, en Temas de Asia y �frica, 2. Instituto de Asia y �frica, Buenos Aires, 1992. pp. 15-69.

7.       Idem. p. 19.

8.       Fumiere, J. P. Los or�genes de Campana hasta la creaci�n del Partido. Archivo Hist�rico de la Provincia de Buenos Aires, 1938.

9.       Idem. p. 36.

10.   Mayo, Carlos, op. cit. pp. 138/9

11.   A. G. N. Solicitudes Civiles. 12.9.5

12.   A.H.P.B.A. 5.3.35.2. Fo. 28.

13.   Id. Fo. 28 vta.

14.   Archivo Estanislao Zeballos. Luj�n. Carpeta 2 A.0348. Libro Registro de contrato de trabajo. Fo. 3.

15.   Goldberg, M. y Mallo, S. op. cit. pp. 46-47.

 

 

 

 

Ind�genas y afroargentinos en el sentir de Mitre  

Jorge Emilio Gallardo  

Fue director del Suplemento Literario de La Naci�n. Actualmente dirige la revista Idea viva.  

Especial para Bibliopress

   

En pocas ocasiones el investigador pone tanto a prueba su aptitud cient�fica como ante culturas se�aladas por una marca diferente de la propia. Una mara�a conceptual nos distancia del objeto cultural ajeno. El prejuicio act�a sin que lo advirtamos y amenaza de ra�z a cualquier empresa te�ricamente simple en materia de valoraci�n arqueol�gica o etnogr�fica.

Merleau Ponty recomendaba que, en materia de antropolog�a, sujeto y objeto no perdiesen sus respectivas especificidades, a fin de permanecer uno y otro enteramente inteligibles, sin reducci�n ni transposici�n temeraria.

Galp�n de trabajosEl estudio de lo diferente arroja siempre luz sobre nuestra propia condici�n. Es se�al de virtud intelectual advertir, en lo supuestamente otro, facetas de lo universal y de lo propio.

En Bartolom� Mitre existe una vertiente atenta a ese otro mundo. �C�mo podr�a, en efecto, haber prescindido de la realidad ind�gena en una Am�rica cuyo dato humano b�sico estaba dado por la presencia f�ustica �como dir�a Alejo Carpentier� del indio y del negro? La frontera con el aborigen distaba pocos kil�metros de cualquier ciudad argentina, incluida Buenos Aires. El negro esclavo y despu�s el liberto se hallaban incorporados a la poblaci�n primero hispana y luego criolla en proporciones elevad�simas.

En la Gran Aldea, como en las ciudades del resto de nuestro territorio nacional, el dato ct�nico, tel�rico, no estaba mediatizado. La pampa era parte del paisaje porte�o. En lo humano, la inmigraci�n no hab�a llegado a�n a nivelar extremos ni a diluir lo indio y lo negro, lo espa�ol y lo italiano.

Vendedor de cacharros y cer�micasPara Mitre, hombre de Buenos Aires que conoci� Europa, pero que vivi� sobre todo en la Am�rica natal y de los exilios, el indio se present� vivamente en su imagen desde la ni�ez en Carmen de Patagones y luego en condici�n m�s apacible en Bolivia y Chile. Los conoci� primero como protagonista americano (civil y militar) y enseguida como arque�logo, ling�ista e historiador. Su formaci�n cl�sica �la que conven�a a su tiempo� lo hizo ver en las ruinas de Tiahuanaco un resplandor universal. Mientras med�a las piedras y tomaba apuntes, su sensibilidad po�tica y la vastedad de su cultura ataban cabos perdidos y anudaban renovadas hip�tesis de trabajo. Siempre el trabajo: �Hijo del trabajo� se llam� a s� mismo en ocasi�n solemne, cuando anunci� el nacimiento de su diario La Naci�n.

Pese a ser protagonista de aquel choque de culturas, el pr�cer supo remontarse al mundo de las altas ideas y contemplar con perspectiva a su propio tiempo y a su medio hist�rico-social. El suyo era un mundo de fronteras voraces: la del ind�gena, la de los l�mites internos de Buenos Aires y la Confederaci�n, la del exilio reiterado. Fue un apol�neo en medio de las dionis�acas variedad y tendencia al caos que marcaban a su tiempo. La frontera no era un trazo limpio en ning�n mapa: t�nganse presentes las comunicaciones precarias, la dependencia del factor clim�tico, el caballo y la diligencia, el supuesto azar, los albergues inh�spitos, la medicina heroica o ausente.

El azar, he anotado, pero �ste no es m�s que un supuesto c�modo: su verdadero nombre es providencia, y �sta uno de los nombres divinos. Experimentado en los vericuetos de nuestra psicolog�a, Carl Gustav Jung reconoci� en nuestro siglo que �La voluntad individual no determina la ascensi�n o la decadencia de las naciones; son ciertos factores impersonales, a saber el esp�ritu y la tierra natal, los que, con medios inescrutables y misteriosos, dan forma y moldean a los pueblos�. Me complace esta definici�n intuitiva dada por un estricto hombre de ciencia, y me agrada aplicar esos conceptos al caso de Mitre, aquel joven que en carta familiar expres� que sent�a dentro de s� �el germen de alguna cosa�... Verdaderamente, eran medios inescrutables y misteriosos los que pujaban en aquel ni�o que entreve�a en borrador la proyecci�n de su figura inmensa. La voluntad individual �podr�amos decir nosotros, parafraseando a Jung� no determina la ascensi�n o decadencia de los individuos. Y el destino se vale de algunos de estos elegidos para dar forma y moldear a los pueblos.

El general Mitre, que hab�a peleado contra los indios �no siempre victorioso� y que tambi�n cont� con ind�genas entre sus soldados (en Cepeda, Pav�n y La Verde) tuvo al aborigen por tema de sus investigaciones cuando escribi� nuestra historia, cuando describi� sus reliquias de anta�o �como las ruinas de Tiahuanaco� y cuando se dedic� a los estudios ling��sticos sobre la base de las numerosas obras que atesor� en su Biblioteca Americana.

Cito al historiador para que veamos la sustancia, forma e �ndole de sus exposiciones:1

Los conquistadores, o m�s bien dichos colonos del R�o de la Plata, ocupaban un pa�s poblado por tribus n�mades sin cohesi�n social, sin metales preciosos y sin recursos para proveer a las exigencias de la vida civilizada. Los ind�genas ocupantes del suelo, obedeciendo a su �ndole nativa, se plegaban mansamente; los unos bajo el yugo del conquistador; los m�s belicosos intentaban disputar el dominio de las costas, pero a los primeros choques ced�an el terreno y se refugiaban en la inmensidad de los desiertos mediterr�neos, donde s�lo el tiempo y la poblaci�n condensada podr�a vencerlos, prolongando indefinidamente la guerra de la conquista. [...]

Los ind�genas sometidos se amoldaban a la vida civil de los conquistadores, formaban la masa de sus poblaciones, se asimilaban a ellas, sus mujeres constitu�an los nacientes hogares, y los hijos de este consorcio formaban una nueva y hermosa raza, en que prevalec�a el tipo de la raza europea con todos sus instintos y con toda su energ�a, bien que llevara en su seno [aqu� Mitre intercala un juicio de valor negativo] los malos g�rmenes de su doble origen. De este modo, los ind�genas sujetos a servidumbre social y no a esclavitud compart�an con sus amos las Un entierro de negros esclavos ventajas y las penurias de la nueva vida civil, trabajando para ellos y con ellos, pero comiendo del mismo pan. Y como la falta de minas de oro y plata que explotar eliminaba un elemento de opresi�n, la tiran�a de su trabajo forzado en forma de mita, no pesaba sobre ellos como en el Per�. Las mismas encomiendas [lotes de tierras y hombres que tocaban a los colonos europeos a t�tulo de conquistadores] no revest�an el car�cter feudal que en el resto de la Am�rica espa�ola, limitada por otra parte su duraci�n a s�lo dos vidas de encomenderos, teniendo, por consecuencia, todos los elementos humanos a refundirse en la masa de la poblaci�n, bajo un nivel com�n. Esta suma menor de opresi�n relativa, esta limitaci�n a la explotaci�n del hombre por el hombre, que nac�a de la naturaleza de las cosas; esta especie de igualdad primitiva que modificaba el sistema feudal de la colonia y neutralizaba el razonamiento de los intereses encontrados, hac�a que la conquista fuese comparativamente m�s humana y se impusiera con menos violencia. De aqu� proviene que la conquista del R�o de la Plata no ofrezca el espect�culo de esas hecatombes humanas que han ensangrentado el resto de la Am�rica, ni ese consumo espantoso de hombres que sucumb�an por millares condenados al trabajo mort�fero de las minas, sometidos a un r�gimen inhumano. De este modo, la raza ind�gena, sin extinguirse totalmente, se disminu�a considerablemente, y su sangre, mezclada con la sangre europea, fecundaba una nueva raza destinada a ser la dominadora del pa�s. Lo contrario suced�a en la colonizaci�n peruana, en que la raza ind�gena prevalec�a por el cruzamiento y por el n�mero, sin asimilarse a los conquistadores.

Este es el tono sereno, el estilo �de altas cumbres� tan propio de su autor. Incluso cuando y donde los hechos fueron terribles, �l introduce invariablemente el concepto correctivo. Coherente con esto, cuando Hern�ndez le env�a un ejemplar del Mart�n Fierro, Mitre le observa que la cr�tica social all� presente no haya sido matizada por lo que llama el correctivo de la solidaridad social. De igual manera, veremos m�s adelante una severa objeci�n que le merece un comentario de Belgrano referente a problemas laborales en relaci�n con la presencia en ellos de negros y mulatos.

El prurito de objetividad del historiador cient�fico que fue Mitre no le impide, en efecto, emitir juicios acerca de hechos y situaciones; circunstancia inevitable, por lo dem�s, en quien procuraba extraer experiencia del pasado y aplicarla a la vida pol�tica de los pueblos. Cuando describe a Belgrano en Potos� califica a la mita como �b�rbara contribuci�n de trabajo personal�. En cuanto al creador de la Bandera, escribe Mitre que �La popularidad que adquiri� entre los indios fue inmensa, conquist�ndolos de tal manera a la causa de la revoluci�n que, a pesar del car�cter p�rfido que es proverbial en ellos y del odio secreto que profesan a la raza espa�ola, siempre fueron fieles a su recuerdo�. En estas frases, como es notorio, vuelve a deslizarse un concepto muy definido del autor.

Las referencias a indios son recurrentes en las p�ginas del historiador y los p�rrafos que siguen justifican esa importancia:

En pa�ses como los del Alto y Bajo Per�, donde los indios reducidos a la vida civil constituyen la base de la poblaci�n, y forman unidos a los cholos, que son los mestizos, los que propiamente puede llamarse all� la masa popular, el elemento ind�gena era de la mayor importancia; sobre todo dependiente de ellos la subsistencia de los ej�rcitos, pues, como los indios son los �nicos que se dedican a la cr�a de ganados, y el pa�s es �rido y pobre en la parte monta�osa, que es por donde cruzan los caminos militares, pueden, con s�lo retirar los v�veres y forrajes, paralizar las m�s h�biles combinaciones de un general.

El elemento ind�gena entraba tambi�n por mucho como auxiliar activo de las combinaciones militares de Belgrano, y todo el pa�s estaba cubierto de indiadas militarizadas, armadas de palos y de hondas y de piqueros de a pie, que obedec�an las �rdenes de caudillos que hab�an adquirido alguna nombrad�a y hac�an un activo servicio de vigilancia, interceptando las comunicaciones del enemigo, y lo manten�an en constante alarma.

Es de inter�s destacar otra perspectiva hist�rica de Mitre acerca del aborigen con motivo de referirse al proyecto de restauraci�n de la antigua monarqu�a de los Incas como coronaci�n de la revoluci�n sudamericana, seg�n proyecto de Belgrano bien recibido en el Congreso de Tucum�n.

Dice al respecto Mitre:

Aun cuando no respondiera a ninguna aspiraci�n popular y estuviese en pugna con los elementos org�nicos de la sociedad a la que pretend�a aplicarse, como soluci�n por unos, o como remedio por otros, �l entra�aba, empero, un plan pol�tico que ten�a su filiaci�n hist�rica y que encontraba eco as� en las poblaciones ind�genas como en las falsas ideas que en aquella �poca circulaban respecto de la identidad de causa entre los antiguos ocupantes del suelo y los nuevos revolucionarios de la tierra.

La revoluci�n americana, radical en sus prop�sitos y org�nicamente democr�tica por la �ndole misma de los pueblos, fue no s�lo una insurrecci�n de las colonias hispano-americanas contra su metr�poli, sino principalmente de la raza criolla contra la raza espa�ola. La raza criolla, que se apellidaba a s� misma americana, confund�a en su odio a los antiguos conquistadores con los dominadores y explotadores del pa�s durante el coloniaje, y al renegar, renegaba de la sangre espa�ola que corr�a por sus venas, y al hacer causa com�n con los ind�genas, hac�a suyos sus antiguos agravios, como si descendiera directamente de los monarcas y caciques que tiranizaban el Nuevo Mundo antes del descubrimiento. Este sentimiento era m�s pronunciado en los pa�ses en que la poblaci�n ind�gena o mezclada prevalec�a y constitu�a el elemento activo, como en M�jico y en el Per�. En las Provincias Unidas del R�o de la Plata y en Chile, donde la masa de la poblaci�n en que estaba radicada la fuerza la compon�an los criollos, ese sentimiento, racionalmente alimentado por las clases ilustradas, ten�a tambi�n su repercusi�n en el pueblo.

El historiador de Belgrano y de San Mart�n expresa que las colonias americanas sublevadas contra Espa�a �daban como una de las causas de la revoluci�n las crueldades de los antiguos conquistadores espa�oles contra los indios americanos, declarando a los primeros usurpadores de su suelo y verdugos de su raza�. En una nota lo precisa de la siguiente manera: �En este esp�ritu est� concebido el manifiesto del Congreso de Tucum�n de 25 de octubre de 1817, cuyo t�tulo es: �Sobre el tratamiento y crueldades de los espa�oles, motivando la declaraci�n de la Independencia de las P. U. del R�o de la Plata�. En �l se dice: �Desde que los espa�oles se apoderaron de estos pa�ses, prefirieron el sistema de asegurar su dominaci�n, exterminando y degradando. Principiaron por asesinar a los monarcas del Per�, y despu�s hicieron lo mismo con los dem�s r�gulos y primados que encontraron. Los habitantes del pa�s (los indios) queriendo contener tan feroces irrupciones, fueron v�ctimas�.�

 

Una mitolog�a revolucionaria

Mitre, que no formula la apolog�a del aborigen, subraya que la revoluci�n invocaba en proclamas, bandos, textos period�sticos y c�nticos guerreros los manes de Manco C�pac, Moctezuma, Guatimozin, Atahualpa, Siripo, Lautaro, Caupolic�n y Rengo como padres y protectores de la raza americana. �Los Incas especialmente constitu�an entonces la mitolog�a de la revoluci�n: su Olimpo hab�a reemplazado al de la antigua Grecia: sol simb�lico era el fuego sagrado de Prometeo, generador del patriotismo; Manco C�pac, el J�piter americano que fulminaba, los rayos de la revoluci�n, y Mama Ocllo, la Minerva ind�gena que brotaba de la cabeza del padre del Nuevo Mundo, fulgurante de majestad y gloria�.

El historiador comprende el pensamiento de Belgrano respecto de la monarqu�a y su inicial aprobaci�n por el Congreso de Tucum�n, pero desmenuza los hechos y demuestra su inconsistencia. Comprende que, al invocar la fraternidad de las razas y los derechos comunes, propendiera a mantener atadas a las provincias del Alto Per� por un v�nculo moral, propiciando de paso la buena voluntad de las poblaciones ind�genas del Bajo Per�. �Pero desconoc�a los antecedentes hist�ricos, los hechos contempor�neos, los medios y los fines, al formular su plan.� En cuanto al plan, no le niega grandiosidad ni buena intenci�n, pero no le concede sentido pr�ctico ni sentido com�n. Otro inconveniente se�ala en el plano internacional, pues los promotores del plan imaginaban que la instauraci�n de una monarqu�a americana recoger�a los buenos auspicios de la Europa mon�rquica. Mitre llama a esto �c�lculo tan pueril como el de hacer triunfar la revoluci�n por la fuerza de los indios�, y no olvida el antecedente revolucionario de T�pac Amaru.

De todas formas, el historiador registra reiteradamente, en su obra, la permanente benevolencia de Belgrano para con los ind�genas; la abolici�n del servicio personal de los indios en el Per� por decisi�n de San Mart�n; la sublevaci�n de los indios chaque�os a lo largo del Pilcomayo, en favor de los patriotas; la alianza de O�Higgins con los pehuenches; el apoyo de ciertos ind�genas a un virrey del Per�; los intentos del chileno Marc� por obtener el favor de los araucanos; una insurrecci�n ind�gena en el Per�; las relaciones de Artigas con los indios; en fin, el arreglo logrado por San Mart�n para contar con el apoyo de los pehuenches para el cruce de los Andes, etc�tera.

San Mart�n cultiv� en Cuyo relaciones amistosas con los indios pehuenches, a fin de asegurar el tr�nsito de sus agentes secretos a Chile por los pasos dominados por aqu�llos. Adem�s, quer�a tenerlos de su parte en caso de invasi�n del enemigo. No entraremos en el apasionante tema de los emisarios secretos del Libertador, la guerra informativa a trav�s de la Cordillera, los esp�as dobles o simples, las informaciones deliberadamente falsas y todo aquel prodigio psicol�gico que permiti� a San Mart�n desconcertar por completo a Marc� antes de lograr la victoria por las armas. La propia etimolog�a ind�gena de Maip� o Maipo es objeto de un detallado informe del historiador.

Vale la pena registrar el relato del autor sobre el parlamento a que San Mart�n invit� a los jefes pehuenches en el fuerte de San Carlos, sobre la l�nea fronteriza del Diamante,

con el fin ostensible de pedirles tr�nsito por sus tierras, haci�ndose preceder de varias recuas de mulas cargadas de centenares de pellejos de aguardiente y barriles de vino, dulces, telas vistosas y cuentas de vidrio para las mujeres, y para los hombres, arneses de montura, v�veres de todo g�nero en abundancia, y un surtido de bordados y vestidos antiguos que pudo Mercader de esclavos - s XVII reunir en toda la provincia con el objeto de deslumbrar a sus aliados. El d�a se�alado los pehuenches en masa se aproximaron al fuerte con pompa salvaje, al son de sus bocinas de cuerno, seguidos de sus mujeres, blandiendo sus largas chuzas emplumadas. Los guerreros iban desnudos de la cintura arriba y llevaban suelta la larga cabellera, todos en actitud de combate. Cada tribu era precedida por un piquete de Granaderos a Caballo cuya apostura correctamente marcial contrastaba con el aspecto selv�tico de los indios. Al enfrentar la explanada de la fortaleza, las mujeres se separaban a un lado y los hombres revoleaban las chuzas en se�al de saludo. Sigui�se un pintoresco simulacro militar a la usanza pehuenche, lanzando los guerreros sus caballos a todo escape en torno de las murallas del reducto, mientras que desde los bastiones se disparaba cada cinco minutos un ca�onazo de salva a cuyo estruendo contestaban los salvajes golpe�ndose la boca, y daban alaridos de regocijo. La solemne asamblea que se sigui� tuvo lugar en la plaza de armas del fuerte. San Mart�n solicit� el paso por las tierras de los pehuenches para atacar por el Planch�n y el Portillo a los espa�oles, que eran, seg�n dijo, unos extranjeros, enemigos de los indios americanos, que pretend�an robarles sus campos y sus ganados, y quitarles sus mujeres y sus hijos. El Colocolo de las tribus era un anciano de cabellos blancos llamado Necu��n, quien despu�s de consultar a la asamblea y recoger con gravedad sus votos, dijo al general: que a excepci�n de tres caciques, que ellos sabr�an contener, todos aceptaban sus proposiciones, y sellaron el tratado de alianza abraz�ndolo uno despu�s de otro. Inmediatamente, en prueba de amistad, depositaron sus armas en manos de los cristianos, y se entregaron a una org�a que dur� ocho d�as consecutivos. Al sexto d�a regres� el general a su cuartel general, para sacar de estas negociaciones el fin que se propon�a, el que reserv� hasta de sus m�s �ntimos confidentes.

El Libertador consigui� que estos indios le prometieran ganados y hasta una participaci�n militar activa.

Hasta aqu� nuestras referencias al tema del ind�gena en relaci�n con Mitre. Quedan por mencionar sus estudios sobre lenguas ind�genas, consistentes b�sicamente en glosas de obras fundamentales en la materia, referidas a las lenguas ind�genas de todo el continente. Sobre la base de su acopio documental y bibliogr�fico �su Archivo y Biblioteca Americana� despleg� una clasificaci�n ling��stica atenta a la distribuci�n geogr�fica y enfocada desde el punto de vista etnoling��stico. El beneficio de esta obra estuvo dado por la necesaria difusi�n de informaciones y conceptos de dif�cil o imposible acceso para la mayor�a de los lectores y estudiosos. La Naci�n prescindi� de valorar editorialmente la problem�tica ind�gena hasta fecha muy reciente.

Los afroargentinos

A la presencia del hombre de origen africano en nuestro territorio han sido dedicados estudios de car�cter hist�rico y evocaciones de condici�n m�s o menos testimonial y/o cient�fica. Hemos encontrado en Mitre frecuentes referencias a la situaci�n protag�nica del negro en nuestra historia, tanto con motivo de su llegada por el comercio de la trata esclavista como a las instancias pol�ticas y econ�micas de ese g�nero de transacciones, demostrativo del salvajismo blanco. En particular, abundan las referencias a la decisi�n del Cabildo de Buenos Aires, presionado por los monopolistas, para que los cueros no pudiesen ser comercializados por los barcos negreros, pese a que a �stos se les hab�an garantizado ganancias con los frutos del pa�s. Concretamente, los cueros fueron excluidos de la categor�a de frutos del pa�s, lo que el historiador comenta significativamente con un simple signo de admiraci�n.

En Mitre subyace un sentido o criterio de deuda moral contra�do con nuestros hombres y mujeres negros. Pese a sus formulaciones siempre moralizadoras y ajenas a las truculencias, no deja de registrar repetidamente las cruzadas referencias de los padres de la patria en el sentido de conceder la libertad de los esclavos a fin de enganchar   los en el servicio activo de las armas, m�s precisamente en la infanter�a. El hecho no difer�a demasiado del antecedente representado por la existencia colonial de unidades militares de pardos y morenos, y lo cierto es que, pese a la resistencia tenaz de los propietarios de esclavos (que consiguieron repetidamente diferir la incautaci�n en Mendoza, donde San Mart�n la urg�a), lo cierto es que los regimientos de negros y mulatos continuaron siendo empleados en favor de la causa de la Independencia. Con ellos el argentino tiene una deuda moral, la misma que Mitre materializ� en la cr�nica de la muerte heroica del controvertido Falucho, figura que contribuy� a robustecer como un emblema de los de su raza.

El pensamiento de Mitre al respecto est� contenido en un discurso que dirigi� al ministro brasile�o en Buenos Aires en nombre del pueblo argentino el 19 de mayo de 1888:

Sr. Ministro: El pueblo Argentino se une al aplauso universal y al coro de bendiciones que saluda al pueblo y al gobierno brasile�o, por la extinci�n de la esclavitud en el mundo. Los argentinos, y todos los hombres del orbe civilizado que viven al amparo de sus leyes hospitalarias bajo los auspicios de la libertad se asocian a esta festividad humana, con los t�tulos de su historia como precursores de la manumisi�n de los esclavos en ambas Am�ricas, refrendados por los primeros estadistas brasile�os.

En 1865, el senador Saraiva, uno de los iniciadores de ese movimiento saludable en su Esclavos empujando una carreta cargada de barriles patria, presinti� que la alianza del imperio con las rep�blicas del Plata dar�a por resultado necesario la abolici�n de la esclavitud en el Brasil. En 1871, el ilustre ministro Paranhos, al sostener en el Parlamento brasile�o la ley sobre libertad de vientres, confirmaba el pron�stico del se�or Saraiva, diciendo: �Yo me he hallado a la terminaci�n de la guerra del Paraguay entre cincuenta mil brasile�os que estaban en contacto con los pueblos vecinos, y s�, por confesi�n de los m�s ilustrados de ellos, cu�ntas veces la instituci�n odiosa de la esclavitud en el Brasil nos vejaba y nos humillaba ante el extranjero; y puede preguntarse a los m�s esclarecidos de nuestros conciudadanos que hicieron esta campa�a, si todos ellos han regresado o no, deseando ardientemente ver iniciada la reforma del elemento servil, y si se debe � no en parte � ellos el m�s poderoso impulso que la idea adquiri� en estos �ltimos tiempos.

La Rusia, gigante del poder�o, busc� la causa de su derrota despu�s de Sebastopol, y encontr�ndola en la acci�n enervante del elemento servil, emancip� a sus siervos, y de este modo, aun bajo el imperio de un aut�crata, pudo llamarse la Rusia libre.

Los Estados Unidos, al ver vacilar las bases de su uni�n, encontraron la causa disolvente de su robusta nacionalidad en la instituci�n de la esclavitud, y la extinguieron por siempre, ofreciendo en holocausto de la idea y expiaci�n del crimen de lesa humanidad, un mill�n de v�ctimas generosas que han asegurado perpetuamente los destinos de la Rep�blica modelo.

El Brasil, vencedor en la guerra del Paraguay aliado � las rep�blicas del Plata, se dio cuenta de las causas que multiplicaron las resistencias y los esfuerzos � hicieron menos fecunda su victoria, y encontr�ndolas en la esclavitud, se propuso extirparla. Debe decirse en honor del ilustrado gobierno brasile�o �sin distinci�n de colores pol�ticos� que la cuesti�n de la servidumbre de la raza africana estaba en estudio en sus consejos aun antes que sobreviniese la guerra del Paraguay, que le dio el impulso marcado por el se�or Paranhos. La abolici�n de la esclavitud en el Brasil fue una de las grandes aspiraciones de sus pensadores desde los primeros d�as de su independencia. Debe decirse, sobre todo, en honor del pueblo brasile�o, que la esclavitud era un doloroso legado que llevaba en su seno como una llaga, comprendiendo que necesitaba extirparla para vivir, y lavar esta mancha hereditaria de su frente, para merecer el nombre de pueblo libre y civilizado.

  Lo que distingue � los pueblos destinados � perpetuarse desempe�ando una misi�n humana, es encarar valientemente los pavorosos problemas de la vida, y resolverlos como la Inglaterra cuando dijo: �Perezcan las colonias y s�lvese el principio�; � como Lincoln cuando dijo: �No puedo salvar la Uni�n sin libertar � los esclavos�.

 

En este documento �mucho m�s extenso�, Mitre formula una profesi�n de fe coherente con su formaci�n �ntimamente liberal y mas�nica.

Cuba y Brasil, en efecto, fueron los �ltimos pa�ses americanos en abolir la esclavitud. �Cu�ntos intereses econ�micos se habr�n puesto en juego para impedirlo, para retacearlo, para postergar su cumplimiento!  

Una deuda hist�rica

Entre nosotros, la Asamblea del a�o 13 hab�a dictado la ley de libertad de vientres, y la Asamblea Constituyente de 1852 habr�a resuelto por unanimidad acordar la libertad de los esclavos.

En la Naci�n Argentina �decidieron los constituyentes� no hay esclavos; los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constituci�n, y una ley especial reglar� las indemnizaciones a que d� lugar esta declaraci�n. [...] Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que ser�n responsables los que los firmasen y el escribano o funcionario que lo autorice.

En junio de 1901 Mitre registr� en La Naci�n la muerte, a la edad de ciento once a�os, de Felipe D�az, hombre de color que hab�a sido soldado en las guerras de la Independencia. Consecuente con aquella sensaci�n de deuda hist�rica a que nos hemos referido, el historiador reprueba un p�rrafo que Belgrano dirigi� al Consulado, donde advirti� que �los blancos prefieren la miseria y la holgazaner�a, antes de ir a trabajar al lado de negros y mulatos�. Mitre reprocha esas l�neas as�: �L�stima es que tan bellas p�ginas tengan un borr�n que las afee, cuando al hablar de las razas, refiri�ndose a los africanos y a sus descendientes mixtos, los presenta como perjudiciales al adelanto de la industria, insinuando la separaci�n de su trabajo. [...] Se extra�a en un hombre de su elevaci�n moral no encontrar al lado de esas palabras el correctivo�.

El correctivo, siempre el correctivo, como cuando recomendaba a sus colaboradores de La Naci�n la m�xima de �no injuriar�...

Otro gran americano, el cubano Jos� Mart�, escribi� en el diario de Mitre varios art�culos sobre el problema negro en los Estados Unidos y el Caribe.

No es extra�o, pues, que Mitre recibiera las siguientes distinciones de car�cter claramente africanista: en 1856, vicepresidente honorario del Institut d�Afrique de Par�s; en 1864, presidente honorario de la misma instituci�n; en 1877, socio honorario de la Sociedad Coral y Musical La Africana; en 1878, miembro honorario de la sociedad Hijos de �frica, y en 1890, presidente honorario de la Sociedad Candombera Negros y Negras Bonitas.

En consonancia con este influjo, su diario defiende la causa de los negros, y ante amagos de discriminaci�n racial en teatros de Buenos Aires elogia una decisi�n municipal relativa a igualdad de derechos de asistencia a salas teatrales. La Naci�n del 24 de enero de 1880 destaca que la resoluci�n �no puede ser m�s satisfactoria para las personas � quienes no se dejaba entrar � los bailes de m�scaras�. El concepto b�sico del diario es que en la Argentina no hay prerrogativas de sangre.

En otro caso, un diario alsinista �La Pol�tica� ha tenido referencias despectivas hacia los negros, y La Naci�n sale en defensa de �stos el 13 de agosto de 1873: ��Ignora �La Pol�tica� que esos negros han dado d�as de gloria � nuestra patria, y que su sangre generosa ha humedecido m�s de una vez nuestros campos de batalla?�.

Parece probable que esas l�neas hayan sido del propio Mitre. V�ase su parecido con estas otras, que tomo de sus Obras completas (VI, 32):

... Esto explica tambi�n por qu�, cuando lleg� el d�a de la insurrecci�n de la colonia, los antiguos libertos y los esclavos tomaron las armas como hijos y hermanos de sus antiguos amos dom�sticos, se hicieron ciudadanos de la nueva democracia, formaron el n�cleo de sus batallones veteranos, y derramaron generosamente su sangre al lado de ellos, sellando con ella el principio de la igualdad de razas y derechos proclamados por la revoluci�n de la independencia argentina.

En la cr�nica de una extra�a aventura vivida por varios marinos (Obras completas, XII, 14 - 16), el historiador rescata la circunstancia ins�lita de que sus protagonistas pertenec�an a cuatro partes del mundo: un europeo, un asi�tico, un ind�gena y un negro de Angola.

Concluyo tan breve evocaci�n con estas l�neas de Mitre:

Tres razas concurrieron desde entonces (se refiere al siglo XVI) al g�nesis f�sico y moral de la sociabilidad del Plata: la europea o caucasiana como parte activa, la ind�gena o americana como auxiliar y la eti�pica como complemento. De su fusi�n result� ese tipo original, en que la sangre europea ha prevalecido por su superioridad, regener�ndose constantemente por la inmigraci�n, y a cuyo lado ha crecido, mejor�ndose, esa otra raza mixta del negro y del blanco, que se ha asimilado las cualidades f�sicas y morales de la raza superior.

El etnocentrismo patente en �stos �ltimos conceptos indican el pensamiento de toda una �poca. Mitre no hizo la apolog�a del ind�gena, pero s� la del descendiente de africanos, al menos en t�rminos de reconocimiento hist�rico. La antropolog�a ten�a aun mucho que andar para suprimir aquel g�nero de juicios de valor absolutos en materia de culturas humanas.

 

1 �stas y otras citas provienen de las Obras completas de Mitre.



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