¿Quién 
																habrá sido el 
																"loco" que se 
																hizo semejante 
																chalet en la 
																punta de un 
																edificio y 
																asomándose a la 
																9 de Julio?
																
																Respuesta: Lo 
																construyó en 
																1927 el mueblero 
																Rafael Díaz, un 
																inmigrante 
																valenciano. 
																
																Quizás algunos 
																conozcan su 
																historia. Para 
																los que no:
																
																Muchos lo 
																descubrieron, 
																por verlo 
																iluminado de 
																noche como un 
																árbol de 
																Navidad, después 
																de muchos años 
																en que pareció 
																abandonado. Casi 
																nadie advirtió 
																que también se 
																lo ve desde la 
																entrada del 
																teatro Broadway, 
																en Corrientes. Y 
																lo más probable 
																es que pocos 
																conozcan su 
																historia.
																
																
																
																
																
																
																Para enterarse 
																de qué se trata 
																este curioso 
																injerto 
																arquitectónico 
																hay que subir a 
																la terraza del 
																edificio de 
																nueve pisos en 
																Sarmiento 1113, 
																casi esquina 
																Cerrito. El 
																chalet está 
																retirado de la 
																línea municipal 
																y mira de frente 
																a Sarmiento. En 
																sus dos plantas 
																funciona la 
																administración 
																del edificio, y 
																arriba de todo 
																está el altillo, 
																donde se 
																experimenta el 
																contraste entre 
																la calidez de la 
																cabriada de un 
																techo a dos 
																aguas con 
																tirantes de 
																madera y la 
																vista propia de 
																un piso alto 
																hacia el cruce 
																febril de 
																Corrientes y la 
																9 de Julio.
																
																Al chalecito, 
																como a todo el 
																edificio, lo 
																terminó de 
																construir en 
																1927 el 
																inmigrante 
																valenciano 
																Rafael Díaz. Su 
																bisnieta Mónica 
																Abal cuenta que 
																Don Rafael —como 
																lo llamaban 
																todos— llegó en 
																el 1890 y 
																tantos. Trabajó 
																de mozo, se 
																asoció a otros 
																españoles para 
																sus primeros 
																negocios y en 
																los años 20 creó 
																Muebles Díaz, 
																pionera en 
																vender 
																mobiliario con 
																financiación.
																
																
																Se hizo fuerte 
																pronto apostando 
																al target de 
																clase media y 
																vendía en el 
																negocio y por 
																catálogo a todo 
																el país. En 
																pocos años 
																construyó su 
																propio edificio 
																para albergar el 
																showroom de 
																muebles más 
																grande de 
																América latina. 
																"En cada piso se 
																exhibía un 
																estilo 
																distinto", 
																cuenta Mónica.
																
																
																Un gran hueco 
																central ovalado 
																conectaba todos 
																los niveles. 
																Mónica recuerda 
																que su bisabuelo 
																lo usaba para 
																manejar a sus 
																empleados con 
																mano dura. Los 
																hacía formar 
																junto a la 
																baranda, y si 
																alguno tenía 
																flojo el nudo de 
																la corbata lo 
																retaba con 
																gritos que 
																resonaban en los 
																nueve pisos.
																
																
																
																
																
																
																La remató con el 
																chalet en la 
																terraza, copia 
																de uno que 
																admiraba en los 
																veranos en Mar 
																del Plata. Por 
																entonces no 
																existían el 
																Obelisco ni la 
																avenida más 
																ancha del mundo, 
																así que la 
																casita se pudo 
																ver desde la 
																calle recién una 
																década más 
																tarde. Don 
																Rafael lo había 
																hecho para él 
																solo. Cada 
																mediodía subía 
																allí a almorzar 
																y después dormía 
																la siesta hasta 
																las cuatro en su 
																cuarto de la 
																planta alta. No 
																lo quería para 
																vivir allí. Al 
																final de cada 
																jornada volvía 
																en tren a su 
																casa en Banfield.
																
																De hecho, el 
																señor Díaz sabía 
																que la 
																publicidad era 
																la clave del 
																negocio. Pero no 
																quería pagar por 
																ella. Y supuso 
																que el chalecito 
																era la mejor 
																publicidad. Pero 
																cuando él 
																edificó, la 
																calle era muy 
																angosta y no 
																había ángulo 
																desde el cual 
																divisar la 
																casita. Tuvo 
																suerte. O ayuda 
																desde lo alto. 
																Porque pronto se 
																abrió la 9 de 
																Julio. Y el 
																chalecito pasó a 
																ser parte de la 
																típica postal de 
																Buenos Aires, 
																una ciudad en la 
																que todavía 
																corrían los 
																tranvías. 
																
																Tosco pero muy 
																despierto, según 
																el recuerdo de 
																Mónica, con el 
																dinero que le 
																dieron los 
																muebles compró 
																edificios, 
																cines, teatros y 
																hoteles en 
																Buenos Aires y 
																Mar del Plata. 
																En un capricho 
																de nuevo rico, 
																una vez le 
																regaló a su 
																esposa para un 
																cumpleaños el 
																hotel Riviera, 
																en La Feliz. 
																Hasta se dio el 
																gusto de tener 
																durante uno o 
																dos años una 
																emisora de radio 
																propia en el 
																chalet, LOK 
																Muebles Díaz, 
																para pasar su 
																publicidad. 
																Cuando la 
																vendió, a 
																principios de 
																los 30, en esa 
																frecuencia nació 
																Radio Rivadavia.
																
																
																
																
																
																
																Los últimos años 
																los pasó en 
																silla de ruedas, 
																hemipléjico pero 
																lúcido, hasta 
																que 
																falleció en 
																1968. El negocio 
																quedó en manos 
																de sus hijos y, 
																hacia fines de 
																los años 70, los 
																pisos se 
																alquilaron para 
																otros usos. Y 
																con el auge de 
																los carteles 
																lumínicos, el 
																pequeño gran 
																chalet, el 
																símbolo del 
																sueño del señor 
																Díaz, quedó 
																tapado. 
																
																Por años estuvo 
																abandonado. Y 
																oculto. Fue sede 
																de una agencia 
																de modelos y el 
																laboratorio de 
																un fotógrafo.
																
																
																Hoy queda la 
																mayólica con el 
																nombre Muebles 
																Díaz sobre la 
																medianera que da 
																a Libertad. Y el 
																cartel de chapa 
																de la entrada, 
																fileteado. 
																También, un 
																manuscrito 
																inédito en el 
																que, según su 
																bisnieta, Don 
																Rafael cuenta su 
																vida y habla de 
																la Buenos Aires 
																que vivió. La 
																que veía todos 
																los días desde 
																su chalecito.