Suelo aprovechar los días de 
								la Semana Santa, que los uruguayos denominan 
								Semana del Turismo, para disfrutar los distintos 
								lugares que ofrece el río Uruguay en una ribera 
								u otra. Esta vez no fue posible cruzar y recalé 
								sólo en Colón (desde donde se pueden ver algunas 
								chimeneas de la industriosa Paysandú). 
								Varios años de esta opción me 
								han permitido observar la afinidad cultural de 
								entrerrianos y orientales y el trato afectuoso 
								que se prodigan. Para alguien ajeno a la región, 
								como quien escribe, hasta resulta imposible 
								distinguir unos de otros, porque ambos tienen el 
								mismo tono de habla suave y dulzón. Así que ¿de 
								dónde era el artesano que me ofreció un buen 
								cuchillo? El utensilio venía, me dijo, de 
								Paysandú. Y la boga que desmenucé con él tal vez 
								coleteó en aguas compartidas; tampoco sé de qué 
								lado nació la sabrosa ocurrencia de prepararla 
								"a la criolla" -es decir, con ají, cebolla y 
								tomate-, pero así la he comido en ambas orillas.
								
								Sin fronteras 
								En años anteriores asistí 
								-fueron tres veces- a una jineteada y festival 
								en Fray Bentos donde también actúan jinetes y 
								tropillas de Entre Ríos y aumenta su caudal de 
								público con quienes asisten desde Gualeguaychú. 
								En 2005 cerró su edición con la actuación de Los 
								Reyes del Chamamé (según dicen, muchos 
								encuentros nativistas o folklóricos uruguayos 
								"coronan la noche" con artistas argentinos). Es 
								que si bien los puentes internacionales han 
								ayudado a reforzar los vínculos y facilitan la 
								frecuentación, sin dudas esos vínculos son 
								anteriores al cemento y con seguridad resultan 
								más fuertes. 
								Razón para pensar así también 
								me la dio una actuación que realizó en Colón 
								Víctor Velázquez, el más reconocido de los 
								cantores populares entrerrianos vivos, aunque, 
								según declaró, en tren de retirarse de los 
								escenarios. 
								En el club La Armonía, el 
								autor de "La primavera" cantó, recitó y 
								homenajeó a varios colegas, entre ellos a Aníbal 
								Sampayo, hombre de la vecina Paysandú, autor de 
								clásicos como "Ki chororo" y "Río de los 
								pájaros". Años atrás, Velázquez compartió 
								escenarios con él, así como con otros uruguayos 
								-Osiris Rodríguez Castillo, Los Olimareños, el 
								payador Carlos Molina-, en actuaciones para 
								públicos seguramente "binacionales" y que 
								reclamaban idénticos temas musicales como 
								propios. ¿O alguien puede decir que "el Uruguay 
								no es un río, es un cielo azul que viaja", sólo 
								si lo ve desde una orilla? 
								Con palabras generosas y 
								respetuosas, el artista nativo de Villaguay 
								recordó además a Linares Cardozo, que rescató 
								para Entre Ríos la casi extinguida chamarrita, 
								especie musical que hoy "es" Entre Ríos, pero 
								que también identifica al canto tradicional de 
								la ribera oriental, donde se vanaglorian de 
								haberla "salvado" un poco antes. Es que, como ha 
								dicho Sampayo en una metáfora sobre la 
								mancomunada relación, "el río Uruguay es un 
								tiento de plata cosiendo dos lonjas de un mismo 
								cuero". 
								(Sepan perdonar la mención 
								extraña en esta sección, pero también se debe 
								consignar que antes de Velázquez un grupo 
								juvenil realizó un "tributo a Los Iracundos", 
								conjunto oriental de música bailable muy 
								conocido en la década del setenta.) 
								En tren de aumentar la reseña 
								de reconocimientos mutuos, harto numerosos, 
								puede decirse que Sampayo dedicó una de sus 
								composiciones -"Señor de Montiel"- al poeta 
								entrerriano Delio Panizza, cuyo nombre es 
								recordado por un museo en Concepción del 
								Uruguay, y que Rodríguez Castillo recibió un 
								homenaje público de la Federación de Entidades 
								Culturales y Tradicionalistas de Entre Ríos en 
								1994, dos años antes de morir. 
								También hubo en 2001 un 
								certamen interescolar de la canción, entre 
								escuelas de Colón y Paysandú, con los uruguayos 
								como anfitriones, llevada a cabo en la Escuela 
								República Argentina. Estas últimas informaciones 
								figuran en los archivos de las respectivas 
								prensas, provincial y departamental, plagadas de 
								referencias a la amistad argentino-oriental. 
								Afinidad histórica 
								
								Podría irse más atrás y 
								recordar, incluso, las numerosas oportunidades 
								en que hombres de una orilla aportaron su coraje 
								en contiendas bélicas de la otra, y referir que 
								en un cuento de Jorge Luis Borges un historiador 
								supone que los entrerrianos que lucharon en la 
								última montonera oriental -la del caudillo 
								blanco Aparicio Saravia, en 1904- hicieron su 
								carga al grito de ¡Viva Urquiza! No es una 
								suposición desacertada, aunque se vivara un 
								hombre que actuó medio siglo atrás, porque, como 
								se sabe, las afinidades e identificaciones 
								forjadas en momentos fuertes de la historia se 
								prolongan más allá de la vida de una persona y 
								de una generación. Así también las amistades 
								entre los pueblos; así, lamentablemente también, 
								las enemistades. 
								Si alguien sospecha que estas 
								líneas breves sobre una cuestión que da para 
								mucho más han sido motivadas por los sucesos en 
								torno a la instalación de dos plantas de 
								celulosa en Fray Bentos, acertó. 
								 
								Fuente: Por Oche Califa 
								LA NACION - Rincón Gaucho