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												Acerca de la 
												condición payadoril o no de una 
												mentada cantora entrerriana, 
												Ruperta Fernández, tema que de 
												manera erudita trataron hace 
												pocas semanas en esta sección 
												Luis Ricardo Furlan y Fernando 
												Sánchez Zinny, cabe hacer 
												algunas precisiones que, según 
												creo, en unos casos, acreditan 
												el criterio de uno de ellos y en 
												otras el del otro, tal vez 
												porque el conocimiento siempre 
												se alimenta con lo que saben o 
												sostienen varios. Es cierto, al 
												fin de cuentas, que "cuatro ojos 
												ven más que dos". 
												 
												
												
												El primer dato 
												que tenemos a mano es que las 
												payadas se caracterizan por la 
												improvisación del momento y que 
												es de alguna manera insostenible 
												la idea de pretender definirlas 
												dada su naturaleza 
												circunstancial y efímera; en ese 
												sentido se me hace que los 
												reparos que formula Sánchez 
												Zinny pecan de sobreabundantes, 
												pues es obvio que nunca se podrá 
												comprobar fehacientemente la 
												condición de payador de alguien 
												del que no hay testimonio de 
												payadas concretas o verosímiles; 
												lo que él dice es, a mi 
												entender, en absoluto correcto, 
												pero aplicando su razonamiento 
												hasta el final, tampoco se 
												podría demostrar que Santos Vega 
												lo fuera.  
												
												
												Cantar en 
												competencia 
												 
												
												
												El segundo punto 
												-quizá no asumido del todo por 
												Furlan- es que payar es cantar 
												en competencia con 
												acompañamiento de guitarra, una 
												forma tradicional campera que 
												luego se extendió a los pueblos 
												y suburbios. Este tránsito 
												conllevó, sin duda, 
												modificaciones sensibles si bien 
												se mantuvo la fórmula esencial: 
												"pregunta (difícil) - respuesta 
												- repregunta", ya perfectamente 
												establecida cuando la práctica 
												comenzó a ser ejercida por los 
												payadores suburbanos, quienes 
												institucionalizaron la payada 
												hacia fines del XIX hasta el 
												punto de convertirla en número 
												en el circo criollo e, incluso, 
												en espectáculo teatral autónomo 
												(Gabino Ezeiza, Pablo J. 
												Vázquez). Algunos de esos 
												"duelos" fueron registrados 
												taquigráficamente y ya en el 
												siglo XX otros se grabaron y 
												hasta transmitieron por radio, 
												con lo que quedó la permanencia 
												de un material sujetable a la 
												memoria extensa y el análisis.
												 
												
												
												Pero payar, en su 
												origen, no implicó sino 
												improvisar entre dos cualquier 
												asunto cantándolo en versos 
												contradictorios al son de 
												guitarras. La dificultad 
												sustancial para ambos payadores 
												consistía en la rapidez de la 
												devolución, en la obligación 
												forzosa de versificar sobre lo 
												expuesto por el contendiente y 
												en el deber de ceñirse a la 
												consonante del último verso del 
												cuarteto o décima. 
												 
												
												
												En cuanto a la 
												excelencia del payador, y 
												cifrándose en los conceptos 
												sobre el asunto vertidos por 
												Francisco Javier Muñiz, ella 
												deriva de lo picante del asunto 
												que se trate y del modo 
												gracioso, claro y expresivo con 
												que se cante. Todo ello es lo 
												que otorga al payador (a uno de 
												ellos, en especial) el más 
												esclarecido prestigio y la más 
												alta nombradía y lo que le 
												asegura el primer lugar en los 
												bailes y reuniones en donde 
												recoge acalorados aplausos y 
												convites báquicos y aún más, la 
												predilección y admiración de las 
												mujeres.  
												
												
												Dentro de este 
												contexto, ¿es posible una 
												payadora? ¿Quién sería, en tal 
												caso, el o la contendiente de 
												Ruperta Fernández? ¿No sería 
												ésta, tal vez, una coplera a la 
												manera de las muchas existentes 
												en el noroeste argentino? Me 
												parece que lo primero resulta 
												prácticamente imposible, en 
												función de que hay una 
												circunstancia femenina 
												naturalmente vinculada con el 
												recato. Y ni siquiera resulta 
												admisible la posibilidad de 
												formas intermedias. Por ejemplo, 
												los versos de relación que cita 
												Sánchez Zinny son muy 
												característicos y divertidos, 
												pero, a mi modo de ver, debe 
												entenderse que son partes 
												ritualizadas de costumbres 
												populares que trasuntan atisbos 
												de la picaresca vulgar. ¿Qué se 
												pensaría de una mujer que "en 
												serio" y en público se dirige de 
												tal manera a un hombre que 
												presuntamente la pretende? La 
												sola presunción de que pudiese 
												ocurrir algo por el estilo la 
												considero ridícula. 
												 
												
												
												Lo que queda de 
												Ruperta Fernández es la mención 
												de Ismael Moya y el testimonio 
												de algunos memoriosos que 
												aseguraban haberla escuchado u 
												oído hablar de ella y sería 
												necio negar que cantar, cantaba, 
												pero... ¿payaba? Según Furlan 
												"en la velada voz de su canto, 
												dejaba verter la tristeza y la 
												añoranza de algún penar 
												celosamente oculto..." y 
												precisamente este registro 
												lírico concuerda bastante más 
												con la esencia de la copla que, 
												estrictamente, con los 
												caracteres lúdicos, mordaces, 
												pícaros, ingeniosos, zumbones y 
												aun agresivos que hacen al 
												meollo de esa justa 
												artístico-deportiva que es la 
												payada.  
												
												
												Por Silvia Long-Ohni
												 
												Para LA NACION 
												 
												
												
												La autora es 
												licenciada en Historia del Arte, 
												poeta, narradora y docente.
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