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Afner Gatti, aquel músico del circo criollo
 

Oriundo de Ranchos, compuso más de un centenar de piezas con imágenes de su vida andariega y bohemia

 


 
Cuando enfrenta al público, con su traje de paisano, esboza apenas una sonrisa. La decoración puede parecer insólita, desusada, en particular para un músico de su calidad. Su investidura desmiente lo formal de sus interpretaciones. El ejecutante recorre la distancia que lo separa del auditorio, sobre un piso de tierra, bajo techo de lona. Es el espacio del circo criollo, el de don Emilio Casali, uno de los mejores que recorrieron la pampa.

Allí está Afner Gatti, dispuesto a volcar su bohemia con la guitarra. Punteo de cuerdas y solita su alma, desgrana las notas más nobles de la partitura universal. De Vivaldi a Mozart; de Albéniz a Ginastera. El silencio parece agrandarse respetando los arpegios entre clásicos y populares.

Parecía asunto de Mandinga: ese muchacho criollo, oriundo de Ranchos, eligió y cumplió su destino. Una vocación andariega que lo llevó a mostrarse ante la concurrencia, que lo escuchaba obediente como feligresía en misa. Desafió una opción, la del libre albedrío de la huella, iluminado por el sentimiento innato de la tierra, hecho verso y rasgueo, es decir, la palabra arropada con el canto. Tuvo la íntima altivez del gaucho y sólo esperaba el legítimo reconocimiento. Acumulaba, claro que sí, bienes espirituales.

Tenía un sesgo solidario y fraterno: "Qué nos importa un año más, hermana/ si más allá de todas las tristezas/ hay un cantor que canta tus bellezas/ y bendice tu amor, cada mañana.// Qué importa un año más si en la lejana/ tierra de los cariños y ternezas,/ vives aún para poner purezas/ en el erial de la impureza humana.// No, yo no quiero que te pongas triste:/ estás por sobre todo lo que existe/ para el que siendo pobre y peregrino// olvida su tristeza y sus dolores/ y te proclama amor de sus amores,/ en el rincón más lindo del camino".

Viajero sin pausa, Afner Gatti, finalmente, hizo posta en General Belgrano. Allí se inspiró y creó la mayoría de sus piezas -más de medio centenar en el registro autoral-, que aún hoy transmiten un aroma a campo adentro u orilla urbana. La radio y el disco, por entonces, difundieron, entre otras composiciones, "Serpentina de esperanza", "Mi Virgencita bohemia" o "Gaucho triste".

Debió sentir el sofoco de la vida andariega. Pialó la música y se dedicó a escribir la relación de sueños y experiencias. Alegrías y tristezas, logros y malogros acumulados en la mochila de la existencia alimentaron versos reflexivos y sentenciosos. Un prolijo cuaderno, inédito aún, incluye las estancias fluidas y cálidas -más de un centenar de estrofas- de "Memorias de un croto viejo".

De ese manuscrito bien vale transcribir, al azar, algunas estrofas: "Viento nomás ¡Puro viento!/ Un alegrón y una pena.../ Tras del perdón la condena/ y tantas cosas perdidas/ que son palomas heridas/ entre tormentas de arena"; "Anduve todas las trochas,/ Las anchas y las angostas.../ Prendiendo juego a las bostas ,/ cerdiando la mar de yeguas./ Y vide leguas y leguas/ de hormigas y langostas"; "La ociosidá nunca es güena / -decía el paisano Fabre-./ A veces la tierra se abre/ y cái el más ambicioso./ También de puro goloso/ se traga el anzuelo el bagre."

Por Lily Franco
Para LA NACION

 
     
 
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