El dicho popular de 
														"puchero todos los días 
														cansa" debe de haberse 
														acuñado en la estancia 
														vieja, donde todos los 
														días se comía puchero. 
														La abundancia de rebaños 
														vacunos determinó que la 
														dieta del hombre de 
														campo fuera monótona, 
														sin más variaciones que 
														el asado o el puchero.
														
														
														
														Una de las posibilidades 
														de tener otra opción era 
														la crianza de pequeños 
														animales, trabajo para 
														el cual el criollo no 
														tenía mucha paciencia y, 
														menos, conocimiento. Por 
														eso, fue el pichón de 
														paloma el ave que más se 
														consumió en la campaña 
														antigua, justamente 
														porque no necesita 
														cuidados. Una serie de 
														nidos construidos a su 
														propósito, y las palomas 
														se las arreglarían 
														solas. 
														
														
														Las crónicas más 
														antiguas se refieren a 
														los palomares que los 
														jesuitas levantaron en 
														sus célebres estancias, 
														pero no se difundieron 
														en los fogones criollos, 
														que preferían la carne 
														vacuna. 
														
														
														Los palomares 
														aparecieron en nuestras 
														pampas con los 
														inmigrantes europeos que 
														fueron llegando a fines 
														del siglo XVIII, 
														pioneros ingleses, 
														escoceses, irlandeses, 
														franceses, vascos, que 
														se fueron ubicando 
														principalmente en los 
														campos a sur de Buenos 
														Aires como criadores de 
														ovejas y otros animales 
														de granja. 
														
														
														En el pago de Cañuelas y 
														zonas próximas se 
														registran grandes 
														palomares de aquella 
														época, con muchos miles 
														de nidales en su 
														interior. Muchas 
														estancias se hicieron 
														famosas por sus 
														palomares y, sin ir más 
														lejos, recuérdese el 
														monumental palomar del 
														"campo de Marte" de 
														Caseros que ya estaba 
														allí en 1852 y fue 
														testigo y telón de fondo 
														de la batalla que 
														terminó con Juan Manuel 
														de Rosas en el poder.
														
														
														
														La mayoría de los 
														palomares se montaron 
														con ladrillos, ya que 
														estos también servían 
														para articular los 
														nidos, o mechinales. Con 
														forma de torres, 
														rectangulares, 
														cilíndricos u 
														octogonales, los 
														palomares se construían 
														con los nidales en la 
														cara interior para 
														protegerlos de los 
														vientos, pero sin techo, 
														ya que nuestros 
														inviernos son más 
														benignos que los de 
														Europa. Se levantaban en 
														un predio alejado de las 
														casas de la estancia 
														para evitar oír sus 
														ruidos y sus olores, por 
														lo que también se tenía 
														en cuenta la dirección 
														de los vientos. 
														
														
														
														El producto logrado del 
														palomar era el pichón de 
														paloma. A las cuatro o 
														cinco semanas, ya 
														pesaban medio kilo, y 
														cuando empezaban a 
														emplumar ya estaba listo 
														para la olla. 
														
														
														
														Se juntaba una bolsa de 
														pichones en el palomar y 
														enseguida se los llevaba 
														vivos a la cocina, donde 
														estaban ya a mano para 
														elaborar el guisado 
														tradicional. 
														
														
														La paloma tenía otra 
														importante función en la 
														estancia, dadas sus 
														características de 
														orientación y seguro 
														regreso al palomar de 
														origen. Baste recordar 
														que hasta no hace mucho, 
														hasta que fueron 
														desplazadas por las 
														modernas tecnologías de 
														comunicación, las 
														palomas mensajeras 
														fueron el único medio 
														para comunicarse a 
														distancia. 
														
														
														Sus pretensiones 
														arquitectónicas varían 
														de un estilo a otro; 
														desde las torres 
														almenadas hasta las 
														cornisas con ornamentos, 
														intactos o algo 
														desmoronados, todos 
														tienen un raro encanto 
														que quizá radica en esa 
														nostalgia imprecisa que 
														emana de los paisajes de 
														campo. El raro encanto 
														de los palomares de 
														estancia 
														
														Por Yuyú Guzmán 
														Para LA NACION