En 
												el mes de enero se ha cumplido 
												el primer aniversario del 
												fallecimiento del doctor Esteban 
												Laureano Maradona, médico, 
												naturalista, escritor y 
												filántropo, que por su vida 
												singularmente virtuosa, por sus 
												contribuciones científicas y por 
												las obras que realizó en favor 
												de sus semejantes, se hizo 
												acreedor a honores de organismos 
												nacionales e internacionales y 
												de encumbradas corporaciones 
												académicas, y a un sitial prócer 
												en el respeto y la estimación de 
												la totalidad del pueblo.
												Vidas ejemplares como la suya 
												exornan e iluminan las páginas 
												de la historia, y marcan 
												derroteros de conducta, 
												especialmente para los jóvenes 
												de las generaciones futuras. 
												Justo y conveniente será, 
												entonces, que en tal 
												aniversario, aunque sea a 
												grandes rasgos, recordemos 
												hechos correspondientes a ella.
												Maradona nació en Esperanza 
												(Santa Fe) el 4 de julio de 
												1895. Descendía, por parte de su 
												padre, de una familia gallega 
												que llegó al país procedente de 
												Chile en la época colonial, en 
												los días inmediatos a cuando 
												Juan Jufré fundó la ciudad de 
												San Juan. En esta ciudad se 
												radicó la familia Maradona, que 
												a través de los años, durante la 
												dominación española primero, dio 
												funcionarios de relevancia, y 
												figuras de talla histórica 
												luego, en los albores de nuestra 
												nacionalidad. Un Maradona fue 
												Alférez Real bajo los Borbones y 
												apenas producida la Revolución 
												de Mayo diputado por San Juan a 
												la Junta Grande de 1810/1811. 
												Sobre esta familia 
												(originariamente Fernández de 
												Maradona) hay referencias en 
												varios libros de historia 
												lugareña, entre ellos, 
												"Recuerdos de Provincia" de 
												Sarmiento.
												
												
												Retrato al lápiz del Dr. 
												Maradona, obra del artista 
												Ernesto Demagistris. Expuesto en 
												la galería iconográfica de la 
												Escuela nº 591 de Maggiolo, Pcia. 
												de Santa Fe.
												
												En la segunda mitad del siglo 
												XIX, uno de sus miembros, 
												Waldino Maradona, siendo 
												jovencito emigró de su terruño, 
												hizo alto en Rosario y en 
												seguida comenzó a ejercer la 
												docencia particular por los 
												campos de los entonces 
												incipientes pueblos del sur de 
												Santa Fe. Un día fue llamado 
												para enseñar las primeras letras 
												en la estancia "Los Aromos" 
												cerca de Barrancas, 
												perteneciente a Esteban 
												Villalba, un criollo santiagueño 
												y a Agustina Sosa, bonaerense, 
												de los pagos de Azul. Allí 
												conoció a una hija de éstos, 
												Petrona de la Encarnación 
												Villalba, que era también apenas 
												una jovencita, y con ella 
												contrajo enlace en 1875.
												Waldino y Petrona de la 
												Encarnación fueron los 
												progenitores de una familia 
												numerosa, y uno de sus hijos fue 
												Esteban Laureano. Éste nació en 
												Esperanza porque su padre - 
												hombre múltiple, como muchos de 
												los de aquellos años -, además 
												de maestro fue coronel de 
												guardias nacionales, periodista, 
												productor rural y, sobre todo, 
												político. Esta última actividad 
												lo llevó a cambiar varias veces 
												de domicilio, conforme las 
												necesidades y conveniencias de 
												su militancia y de su Partido. 
												Fue amigo de Sarmiento -que 
												visitaba su casa- y de Nicasio 
												Oroño, entre otros.
												Esteban Laureano, de muy niño 
												fue llevado a la estancia "Los 
												Aromos", junto a sus hermanos, y 
												allí, con ellos y sus padres, en 
												contacto íntimo con la 
												naturaleza, pasó los mejores 
												días de su vida. Siendo ya muy 
												anciano, todavía los recordaba 
												con romántica nostalgia: la 
												música del piano que ejecutaban 
												sus hermanas mayores, la 
												hermosura y la fragancia de las 
												flores, el canto contagiosamente 
												alegre de los pájaros y la 
												mansedumbre del río Coronda, que 
												pasaba junto a la casa como una 
												cinta interminable. Sin embargo, 
												antes de entrar en la 
												adolescencia, se vio obligado a 
												dejar su paraíso, pues la 
												familia se trasladó a vivir a 
												Buenos Aires. En ella se recibió 
												de médico dos décadas después, 
												en 1928.
												Se instaló unos meses en la 
												Capital Federal y luego en 
												Resistencia, capital del 
												entonces Territorio Nacional del 
												Chaco. Estaba allí en 1930, 
												cuando una revolución depuso al 
												presidente Hipólito Yrigoyen. Él 
												nunca había sido yrigoyenista 
												-por el contrario, cuando estaba 
												cursando la carrera de medicina, 
												fue candidato a diputado 
												nacional por el "Partido 
												Unitario", de vida efímera-, 
												pero interpretó que era su deber 
												como ciudadano defender la 
												democracia y el gobierno 
												constitucional; y lo hizo por 
												medio de ardientes conferencias 
												pronunciadas en las plazas 
												públicas. Debido a ello fue 
												perseguido y molestado. Entonces 
												emigró al Paraguay, y ofreció 
												sus servicios para desempeñarse 
												como médico en la "Guerra del 
												Chaco" -sostenida entre Bolivia 
												y Paraguay, y que acababa de 
												estallar-. Se lo incorporó en la 
												Armada y estuvo contento de que 
												se le confiaran enfermos y 
												heridos de los dos países, pues 
												según sus palabras, "el dolor no 
												tiene fronteras".
												Terminada la guerra, volvió a la 
												Argentina, a pesar de que el 
												gobierno paraguayo le pidió que 
												se quedara, pues era muy 
												apreciado y había cumplido 
												abnegadamente con su misión. 
												Empezó siendo aceptado como un 
												simple camillero y tres años 
												después era Director del 
												Hospital Naval.
												Había proyectado las etapas de 
												su viaje: regresaría a su país 
												en barco, hasta Formosa, y allí 
												tomaría el tren que pasaba por 
												Salta, Jujuy y Tucumán; en esta 
												ciudad visitaría a un hermano, 
												que era intendente; después 
												llegaría a Buenos Aires, donde 
												vivía su madre. Empezó a 
												realizarlo. Un grupo numeroso de 
												amistades, en testimonio de 
												afecto, concurrió al puerto de 
												Asunción cuando se embarcó. Hubo 
												lágrimas, signo seguro de 
												emociones profundas. A la 
												tardecita arribó a Formosa. Allí 
												permaneció unos días, hasta que 
												resolvió continuar el trayecto.
												Era el 2 de noviembre de 1935. 
												La cristiandad conmemoraba el 
												día de sus Fieles Difuntos. 
												Maradona vio que unas mujeres 
												subían al tren con ramilletes de 
												flores artificiales, como se 
												usaban en la zona, por 
												imposición de un sol abrasador: 
												seguramente iban a visitar el 
												pequeño camposanto de alguno de 
												los pueblecitos de la línea.
												El tren partió de Formosa al 
												despuntar la aurora, rumbo a 
												Embarcación, donde se hacía el 
												trasbordo, y en seguida se 
												internó en el monte. Pocas horas 
												después comenzó a notarse que el 
												día iba a ser de intenso calor. 
												A la media tarde, a través de 
												abras y arboledas, Maradona 
												seguía su viaje según lo 
												previsto, sin demoras ni 
												sorpresas. Todo aparentaba, 
												todavía, continuar su rutina.
												Pero al llegar a la pequeña 
												localidad de Estanislao del 
												Campo, ocurrió un episodio muy 
												difundido en nuestro tiempo por 
												la prensa, y que lo retendría 
												por muchos años. Una joven 
												parturienta estaba desde hacía 
												tres días sin poder alumbrar y 
												muy próxima a la muerte. Al 
												saberse que en el tren viajaba 
												un médico, se le requirió para 
												que la atendiera, y él logró 
												salvar a la madre y a la niña. 
												Pero el tren siguió su camino. 
												El próximo pasaba a los tres o 
												cuatro días.
												En ese intervalo, la gente del 
												lugar y de los campos vecinos 
												acudió a hacerse asistir, y 
												todos le pidieron 
												insistentemente que se quedara, 
												ya que no había ningún médico en 
												muchas leguas a la redonda.
												
												
												
												Casa que habitó el Dr. Maradona 
												en Estanislao del Campo, 
												declarada
												por tal motivo monumento 
												histórico.
												Dibujo realizado por la Sra. 
												Mabel Motta.
												
												Convencido de que lo 
												necesitaban, decidió quedarse a 
												vivir en ese paraje que aspiraba 
												a ser pueblo y permaneció allí 
												51 años. Curó a todos los que 
												llegaron hasta él, sin 
												importarle ningún tipo de 
												retribución. Fue, 
												preferentemente, el médico de 
												los pobres y de los aborígenes.
												En los dos años que pasó en 
												Resistencia había tenido ocasión 
												de tomar contacto con algunos 
												aborígenes, que poblaban un 
												barrio marginal de esa ciudad. 
												Pero el interés que éstos podían 
												suscitar era relativo, pues su 
												primigenio modo de vida ya había 
												empezado a experimentar 
												modificaciones, como 
												consecuencia de los cambios 
												impuestos por los pueblos que 
												los invadieron con éxito y se 
												adueñaron de sus dominios. 
												Ahora, en Estanislao del Campo, 
												iba a tener oportunidad de 
												conocerlos en su ambiente 
												histórico y en su estado 
												natural, exentos de pautas 
												culturales extrañas.
												Justamente, a poco de vivir 
												allí, vio aparecer a los 
												aborígenes de las cercanías. 
												Llegaban de cuando en cuando a 
												los comercios y viviendas de los 
												límites del poblado, ofreciendo 
												canjear plumas de avestruces, 
												arcos, flechas y otras 
												artesanías por alguna ropa o 
												alimento que necesitaban. Eran 
												tribus de tobas y de pilagás. 
												Habían sido soberanos en esos 
												montes; pero ahora deambulaban 
												por ellos como espectros en 
												fuga: derrotados, miserables, 
												desnutridos, enfermos y heridos 
												de muerte por las invasiones 
												extranjeras, que los castigaron 
												sin razón ni piedad.
												Se conmovió hasta los más 
												profundo de su ser cuando 
												advirtió la desventura que 
												flagelaba el espíritu y el 
												cuerpo de esos semejantes, y 
												entendió que era su obligación 
												moral aportar algún esfuerzo que 
												contribuyera a beneficiarlos. En 
												cumplimiento de esa demanda que 
												sintió avasallante, sin 
												hesitación alguna pero con 
												absoluta serenidad, resolvió en 
												el momento intervenir como 
												protagonista. Fue al encuentro 
												de los nativos y habló 
												amablemente con algunos de 
												ellos. No lo aceptaron 
												enseguida; le tuvieron recelo, 
												porque a través del tiempo otros 
												blancos se les habían acercado, 
												pero para engañarlos, 
												explotarlos y maltratarlos. Él, 
												insistiendo en su propósito, se 
												ofreció para asistirlos como 
												médico. Unos pocos, aunque con 
												tibieza, accedieron,, y con ello 
												le dieron pie para que 
												concurriera a las tolderías.
												Tuvo al principio muchas 
												dificultades con los curanderos 
												de las tribus, a quienes su 
												ciencia desplazaba, y corrió, 
												por esa causa, hasta riesgos 
												físicos. Pero su bondad, su amor 
												y su desinterés, se impusieron 
												al fin. Y logró entablar amistad 
												con algunos caciques, que 
												aceptaron su colaboración y 
												facilitaron su tarea.
												Debe resaltarse que fue entonces 
												cuando este hombre demostró toda 
												la riqueza espiritual que lo 
												animaba, ya que su empeñosa y 
												abnegada labor por mejorar la 
												suerte y condición de esos 
												grupos de aborígenes, constituye 
												uno de los hitos más importantes 
												en el historial de su obra 
												filantrópica. En efecto, no se 
												circunscribió solamente a la 
												asistencia sanitaria; 
												conviviendo con ellos, se 
												interiorizó de las múltiples 
												necesidades que padecían y trató 
												de ayudarlos también en todos 
												los aspectos que pudo: 
												económicos, culturales, humanos 
												y sociales.
												En ese cometido, realizó 
												gestiones ante el Gobierno del 
												Territorio Nacional de Formosa y 
												obtuvo que se les adjudicara una 
												fracción de tierras fiscales. 
												Allí, reuniendo a cerca de 
												cuatrocientos naturales, fundó 
												con éstos una Colonia Aborigen, 
												a la que bautizó "Juan Bautista 
												Alberdi", en homenaje al autor 
												de "Las Bases . . .", colonia 
												que fue oficializada en 1948. 
												Les enseñó algunas faenas 
												agrícolas, especialmente a 
												cultivar el algodón, a cocer 
												ladrillos y a construir 
												sencillos edificios. A la vez, 
												los atendía sanitariamente, 
												todo, por supuesto, de manera 
												gratuita y benéfica, hasta el 
												extremo de invertir su propio 
												dinero para comprarles arados y 
												semillas. Cuando edificaron la 
												Escuela, enseñó como maestro 
												durante tres años, hasta que 
												llegó un docente nombrado por el 
												gobierno.
												Además de esas tareas 
												filantrópicas, Maradona, que era 
												un apasionado de las ciencias 
												naturales, realizaba 
												investigaciones sobre la gea, la 
												flora y la fauna del lugar y 
												anotaba sus observaciones, sus 
												impresiones y sus ideas. 
												Escribió muchos libros, en su 
												mayor parte todavía inéditos. 
												Entre ellos podemos mencionar "A 
												través de la selva", "Recuerdos 
												campesinos", "Historia de la 
												ganadería argentina", "Plantas 
												cauchígenas", "Una planta 
												providencial", (el yacón), 
												"Vocabulario Toba pilagá", "La 
												ciudad muerta" (historia de los 
												primeros días de la ciudad de 
												Concepción del Bermejo"), 
												"Páginas sueltas" (recopilación 
												periodística), "Historia de los 
												Obreros de las Ciencias 
												Naturales (de Botánica y 
												Zoología Americanas)", "Dendrología", 
												y varios más.
												
												
												
												
												En 1981 un jurado compuesto por 
												representantes de organismos 
												oficiales, de entidades médicas 
												y de laboratorios medicinales, 
												lo distinguió con el premio al 
												"Médico Rural Iberoamericano". 
												El mérito que conlleva el 
												galardón lo hizo trascender al 
												ámbito del conocimiento público. 
												Había trabajado muchos años en 
												silencio, sin ninguna pretensión 
												ni ansia de nombradía, 
												cumpliendo con lo que 
												consideraba sólo obligación 
												hipocrática y humana, y 
												repentinamente se encontró con 
												que su nombre había echado a 
												andar por varios países, 
												vinculado a una vida que parecía 
												pertenecer a un pasado lejano y 
												que adquiría en la mentalidad de 
												los pueblos contornos 
												legendarios. Y así era.
												A principios de junio de 1986 - 
												cuando ya desbordaba los 91 años 
												- se enfermó. Entonces un 
												sobrino que reside en Rosario, 
												el doctor José Ignacio Maradona 
												y su esposa Amelia, lo hicieron 
												traer para que lo asistiesen y 
												se quedara a vivir con su 
												familia. Cuando lo conducían 
												pidió que no lo llevaran a un 
												nosocomio privado; quería que lo 
												internaran en un hospital 
												público, "adonde va la gente 
												pobre". Accediendo a sus deseos 
												se lo internó en el Hospital 
												Provincial.
												Los medios de difusión, 
												publicaron el regreso del 
												filántropo, enfermo, envejecido 
												y pobre, pero aureolado de 
												gloria. La noticia conmovió los 
												corazones de muchos de sus 
												comprovincianos, que 
												concurrieron al Hospital para 
												conocerlo y saludarlo. Ya de 
												alta, fue llevado a la casa de 
												su sobrino.
												Mientras vivió en ésta, recibió 
												muchos homenajes más: "Miembro 
												de la Sociedad de Médicos 
												Escritores", con sede en París; 
												"Premio Florián Paucke", de la 
												Provincia de Santa Fe; "Premio 
												Estrella de Medicina para la 
												Paz", de las Naciones Unidas; 
												"Doctor Honoris Causa", de la 
												Universidad de Rosario. También 
												fue propuesto, por el gobierno 
												de la provincia de Santa Fe, 
												para el "Premio Nobel de la 
												Paz".
												Pasó sus últimos tiempos 
												atendido y rodeado por sus 
												deudos. El sobrino tenía diez 
												hijos, en su mayoría niños y 
												jovencitas, que constantemente 
												le exteriorizaban su cariño. De 
												una lucidez asombrosa, que 
												conservó hasta su muerte, 
												estudiaba, con las de más edad, 
												cuestiones de Medicina y de 
												Historia. En el día anterior al 
												de su deceso habían estudiado 
												temas sobre el Virreinato del 
												Río de la Plata. Murió de vejez, 
												sin sufrimientos físicos ni 
												morales -en la santa paz de los 
												buenos y justos- poco después de 
												despuntar la mañana del 14 de 
												enero de 1995; le faltaban 
												apenas unos meses para cumplir 
												los cien años. Fue sepultado en 
												el panteón de la familia "Maradona 
												Villalba", en el cementerio de 
												la ciudad de Santa Fe, junto a 
												sus padres.
												
												Maradona era de físico pequeño, 
												limitado por una talla de un 
												metro con cincuenta y tres 
												centímetros y una constitución 
												delgada. Pero dentro de esa 
												moderación, las proporciones 
												hacían evidente acto de 
												presencia y con ellas, una 
												sencilla y graciosa elegancia. 
												Además, conjuntábanse otras 
												dotes que imprimían a la 
												generalidad de su persona un 
												aspecto interesante y agradable. 
												Así, al cutis blanco lo 
												recubrían unas facciones tan 
												armoniosas y regulares que de 
												ellas no merece destacarse 
												ningún detalle en especial, como 
												no sea violentando las leyes de 
												la verdad y la justicia. Su 
												frente era apenas inclinada, sus 
												ojos pardos y más bien chicos, 
												su nariz recta, delgada y 
												mediana, su boca y orejas 
												también medianas, estas últimas 
												contiguas a un cráneo cuya nuca 
												se prolongaba con la discreción 
												de la justa medida. Todo ese 
												conjunto, que visto de frente 
												era ligeramente oval, estaba 
												coronado por una cabellera lacia 
												que fue de color castaño oscuro 
												hasta que entró en la madurez, 
												pero que paulatinamente se fue 
												decolorando, para llegar a ser 
												completamente blanca a poco de 
												cruzar la línea del medio siglo. 
												Sin embargo, se le mantuvo 
												abundante, hasta que comenzó a 
												ralearse un tanto en la 
												senectud, acaso para estar a 
												todo con la enjutez de ese 
												rostro de asceta.
												Pero es en la esfera moral donde 
												resplandecían con toda magnitud 
												las más estimables cualidades de 
												Esteban Maradona, aquéllas que 
												más lo singularizaban y 
												ennoblecían; y a ellas debemos 
												referirnos.
												Su mente -propia para altas 
												preocupaciones, tanto 
												científicas como humanísticas- 
												era absolutamente libre, su 
												carácter dulce y jovial, su 
												espíritu fino y bondadoso, su 
												humildad extrema, y su altruismo 
												sublime.
												La política -que a tantos tienta 
												y absorbe- no logró seducirlo. 
												Cuando joven, se acercó a ella, 
												con la fe y el entusiasmo de 
												esos años de la vida. Pero la 
												experiencia que vivió no fue 
												halagüeña ni promisoria. Sea por 
												esto, o porque no sintió en lo 
												profundo el fuego del 
												apasionamiento, se distanció en 
												seguida. Y como desencantado 
												memorioso, o voluntario 
												desentendido, prefirió luego, 
												para siempre, mantenerse fuera 
												del alcance de los cánticos de 
												esa sirena.
												En sus últimos años -tanto había 
												visto-, solía opinar que la 
												política, por más ambiciosos que 
												fueran los programas, era 
												incapaz de solucionar la 
												totalidad de los problemas 
												sociales. En consecuencia, 
												comenzó a descreer, también, de 
												los hombres políticos en 
												general. No obstante -y quizá 
												por eso mismo-, recordaba con 
												respeto y admiración a algunas 
												figuras prominentes de nuestro 
												pasado nacional: San Martín, 
												Belgrano, Rivadavia, Sarmiento 
												eran sus próceres predilectos.
												Como médico, nunca se afanó tras 
												los cargos públicos, ni vivió de 
												ellos, y atendió a todos sus 
												enfermos con afectuosa 
												dedicación y generoso 
												desinterés. Varias veces le 
												ofrecieron puestos; nunca prestó 
												conformidad. Cuando ya era 
												anciano, el gobierno quiso 
												destinarle una pensión 
												vitalicia; tampoco aceptó. Su 
												norma inquebrantable de conducta 
												rezaba "todo para los demás, 
												nada para mí".
												Le era ingénita e imperiosa la 
												necesidad de prodigarse en el 
												bien. Por eso contribuyó con su 
												ayuda cada vez que vio una 
												estrechez o imaginó una 
												conveniencia para sus 
												semejantes. El Premio al Médico 
												Rural se adjudicaba acompañado 
												de importante suma de dinero. 
												Rechazó a ésta de plano, y en el 
												mismo acto de la entrega, logró 
												que con ese fondo, se 
												instituyeran becas para 
												estudiantes que aspiraran a ser 
												médicos rurales.
												Cuando vivió en Asunción tuvo 
												una novia, la única de su vida. 
												Se llamaba Aurora Ebaly y era 
												una típica muchacha de pueblo, 
												que descendía de irlandeses 
												radicados en el Chaco-í (*), 
												frente a Asunción, río Paraguay 
												de por medio. Maradona vio en la 
												humildad de Aurora su cualidad 
												sobresaliente, y por tener en 
												altísima estimación a esta 
												virtud en la escala de sus 
												valores espirituales se enamoró 
												de esa joven nacida en el 
												Paraguay. Pero ella falleció 
												víctima de fiebre tifoidea, 
												enfermedad común en épocas de 
												guerra. Su muerte lo sumió en un 
												dolor profundo, al que logró 
												superar con fortaleza y 
												resignación, en un digno 
												silencio y en total soledad. 
												Pero después de ese trance, y a 
												pesar del transcurso del tiempo, 
												no se preocupó de buscar otro 
												amor: nunca se casó ni volvió a 
												noviar.
												
												(*) En guaraní, la letra -" í "- 
												latina y acentuada, empleada 
												como sufijo y precedida de un 
												guión, es diminutiva del 
												sustantivo al que califica; 
												"Chaco-í" significa, entonces, 
												Pequeño Chaco, Chaquito o 
												Chaquillo. Era, en esos años, 
												zona de chacritas y obrajes, con 
												alguna población aborigen y un 
												pequeño puerto. El padre de 
												Aurora, a la vera del río tenía 
												un molino en el que se 
												molturaban huesos de animales. 
												El polvo resultante, compactado 
												en panes, era luego enviado a 
												Inglaterra, donde se lo 
												utilizaba para la fabricación de 
												porcelanas. 
												
												En Estanislao del Campo vivía 
												solo en una modesta casita que 
												adquirió en 1939 en quinientos 
												pesos. Tenía una sola habitación 
												(que hacía de alcoba, gabinete 
												de estudio y consultorio), una 
												galería y una pequeña cocina, 
												todo de pared y piso de ladrillo 
												y techo de zinc. Al retrete y al 
												aljibe, que estaban en el patio, 
												los compartía con una familia 
												vecina. No había tampoco luz 
												eléctrica.
												Vale la pena destacar todo esto, 
												porque agiganta la dimensión 
												espiritual del hombre. Era hijo 
												de una estanciera, médico de 
												profesión, y podría haber vivido 
												como mimado de la suerte en 
												medio de las comodidades de una 
												gran ciudad; sin embargo, 
												prefirió las privaciones de una 
												zona agreste para el mejor 
												servicio en favor del prójimo. 
												Pudo morir millonario, pero 
												vivió donando sus bienes y 
												provechos para mitigar dolores y 
												necesidades de los demás. Fue un 
												verdadero e inagotable fontanar 
												de virtudes, y su vida todo un 
												ejemplo de altruismo, abnegación 
												y filantropía.
												Hoy, en Formosa, en Rosario y en 
												la ciudad natal hay escuelas y 
												calles que llevan su nombre, y 
												su busto, vaciado en el bronce 
												con que se recuerda a los 
												prohombres de intrínseco y 
												auténtico valer -superiores a 
												las motivaciones e intereses de 
												la política- hermosea la 
												Plazoleta de la Paz en la ciudad 
												de Santa Fe. Además, su humilde 
												vivienda fue declarada monumento 
												histórico por el gobierno de 
												Formosa. Ojalá estos 
												reconocimientos tengan la virtud 
												de despertar vocaciones tan 
												beneméritas como la suya. Se 
												cumplirían sus anhelos, y sería 
												para beneficio y enaltecimiento 
												de la especie humana.
												ABEL BASSANESE - Cañada de 
												Gómez, febrero de 1996.
												
												
												
												Panteón donde descansan los 
												restos del Doctor Maradona en la 
												ciudad de Santa Fe, declarado de 
												interés municipal.  
												
												
												
												Busto del Dr. Maradona erigido 
												en la Plazoleta de la La Paz . 
												Santa Fe.  
												
												
												
												
												Placa descubierta en los 
												jardines de acceso a los que se 
												denomina Complejo Universitario 
												"El Pozo" de la ciudad de Santa 
												Fe. Texto de la placa del busto.
												
												
												
												
												" ..Vuelvo con las manos vacías,
												todo lo he dado.
												Luz de las estrellas para 
												alumbrar
												el camino.
												Mi corazón humilde se lo ofrecí
												al destino.
												Regreso pobre de amor, de 
												ensueños
												y de esperanzas.
												Una carga de lágrimas sólo
												he traido, un dolor puro y santo
												como un niño dormido.
												Dr. Esteban L. Maradona 
												
												
												EN LA INHUMACIÓN DEL DOCTOR 
												MARADONA.
												
												
												Maradona fue velado en el 
												Palacio de la Municipalidad de 
												Rosario, ciudad que lo había 
												nombrado "ciudadano ilustre" y 
												en la mañana del día siguiente 
												trasladado a Santa Fe.
												Su inhumación tuvo lugar el día 
												15 de enero de 1995 en la 
												necrópolis de ésta. Como 
												expresión del duelo y de la 
												adhesión oficial, concurrieron 
												al acto el gobernador de la 
												Provincia y el intendente de 
												Santa Fe. Sin embargo, al igual 
												que la vida del prohombre, la 
												ceremonia fue sencilla y 
												humilde. Previa una misa de 
												cuerpo presente celebrada en la 
												capilla, y ya frente al panteón, 
												alguien que lo admiraba recitó 
												una poesía alusiva a la Muerte y 
												seguidamente habló su amigo Abel 
												Bassanese, después de lo cual se 
												depositó el cadáver en el 
												panteón de la familia.
												 
												
												Extraída de una grabación 
												magnetofónica, enviada por el 
												señor Erasmo Trangoni, de LT9 
												Radio Santa Fe, a la Escuela Nº 
												591, trascribimos a continuación 
												la oración fúnebre, que en 
												representación de los amigos del 
												doctor Maradona, pronunció Abel 
												Bassanese.
												
												Señoras, Señores:
												No tengo representación de 
												institución alguna, ni pública 
												ni privada, para hablar en este 
												acto. Pero lo hago por dos 
												razones: primero, porque 
												entiendo que en las exequias de 
												los grandes hombres cualquier 
												ciudadano honesto puede hacer 
												uso de la palabra, para expresar 
												sus ideas y sentimientos sobre 
												el difunto y su vida. Y segundo, 
												porque si bien no tengo ninguna 
												representación institucional, sí 
												poseo una que las resume a todas 
												. . .: 
												Hablo en nombre de los más 
												antiguos amigos del doctor 
												Maradona que aún permanecemos en 
												vida. De aquéllos que a lo largo 
												de muchos años, en las tórridas 
												jornadas del interior de 
												Formosa, tuvimos la dicha de ser 
												iluminados con las luces de su 
												inteligencia, de disfrutar las 
												delicias y bondades de su 
												espíritu, de ser enaltecidos con 
												su cariño y amistad, sin falsías 
												ni retaceos, de conocer su 
												desinterés por las cosas 
												materiales y de emocionarnos con 
												las exteriorizaciones de su 
												infinita filantropía.
												Porque así, con todas esas 
												virtudes, como un paradigma del 
												ser humano ideal, fue Maradona. 
												Vivió con extrema sencillez, 
												trabajó con singular humildad e 
												hizo el bien a cuantos pudo, sin 
												alardes ni estridencias de 
												ninguna especie. Ejerció su 
												profesión como un verdadero y 
												exigente apostolado, a tal 
												extremo que quizá haya superado 
												a los mejores de todos los 
												tiempos, a aquéllos que dieron 
												lustre y dignidad a la práctica 
												de la medicina en nuestra 
												tierra. 
												Ese quehacer y esas virtudes ya 
												le habían ganado, hace años, el 
												pedestal de la inmortalidad. Y 
												últimamente, rodeado del cariño 
												de sus familiares, disfrutaba la 
												tranquilidad de un condigno 
												retiro, al que ocupaba para 
												perfeccionar y completar algunos 
												de los numerosos libros que 
												escribió. Así pasó sus días, 
												hasta que se fue, silencioso y 
												humilde como había vivido. Fue 
												fiel a su naturaleza hasta para 
												llegar a la misma sepultura.
												El destino pareció serle 
												propicio. Tuvo una larga 
												existencia, como la de los 
												antiguos patriarcas bíblicos, y 
												como algunos de éstos, 
												sobrevivió a su obra y pudo 
												comprobar la recompensa de un 
												reconocimiento unánime, 
												traducido en muchos homenajes, 
												que nunca había buscado y ni 
												siquiera soñado.
												Querido Doctor Esteban:
												Hoy, los argentinos de todas las 
												edades estamos acongojados por 
												tu deceso, que no por tan 
												natural, dada tu edad, es menos 
												doloroso. Y en esa congoja, 
												además de tus familiares, 
												estamos todos: los sabios y los 
												no tan sabios, los niños, los 
												adultos, los pobres, los 
												aborígenes, tus amigos. Los 
												sabios, porque hoy viste 
												crespones la ciencia argentina, 
												que contigo ha perdido a uno de 
												sus valores más representativos; 
												los que no son sabios, por todo 
												lo que fuiste y todo el amor que 
												brindaste en tu vida cotidiana; 
												los niños, por lo que de ello 
												han oído; los más grandes, por 
												los ecos que les llegaron desde 
												el teatro mismo de tus desvelos; 
												los pobres, por los beneficios 
												que les prodigaste con tu arte y 
												tu ciencia de curar, noble y 
												gratuitamente; tus amigos, por 
												lo que hemos visto, disfrutado y 
												vivido junto a ti; los 
												aborígenes, esos pobres 
												desterrados, perseguidos y 
												destruidos en nombre de la 
												civilización, cuando se enteren 
												de este día de luto, se 
												acongojarán también, y te 
												honrarán y venerarán, quizá más 
												que nadie, por las tribulaciones 
												que les mitigaste y las mejoras 
												materiales, morales e 
												intelectuales que con tu 
												sacrificio les procuraste.
												Y puedes estar seguro, doctor 
												Esteban, que cuando la luna 
												llena se eleve sobre el 
												horizonte de la selva, y llamado 
												por sus ancestros, como 
												adorándola, sienta vibrar su 
												corazón el indio formoseño e 
												invoque la ayuda de sus mayores 
												y de sus grandes benefactores, 
												estarás en su memoria, ocupando 
												el lugar donde se suscitan las 
												mejores gratitudes y esperanzas.
												Querido doctor Esteban:
												Tus amigos no esperábamos este 
												desenlace. Nos habíamos 
												acostumbrado a verte sonriente, 
												sabio y bueno, como siempre 
												fuiste, y nunca nos habíamos 
												formado la idea de que un día 
												llegaras a dejarnos. Y en cierto 
												sentido, acertamos; porque el 
												alejamiento de tu imagen física, 
												no te habrá de separar nunca de 
												entre nosotros. Por eso no hay 
												adioses, por parte de tus 
												amigos, en esta ceremonia. 
												Mientras vivamos, estarás 
												siempre, vitalmente sonriente y 
												celosamente guardado, en lo más 
												íntimo de nuestros corazones. 
												Amén.
												
												
												HOMENAJE DEL CORREO ARGENTINO
												 
												El 20 de abril de 1996 el Correo 
												Argentino emitió una serie de 
												cuatro sellos postales, todos de 
												igual valor, en homenaje a otros 
												tantos médicos que descollaron 
												en la historia del país: 
												Francisco Javier Muñiz, Ricardo 
												Gutiérrez, Ignacio Pirovano y 
												Esteban L. Maradona.
												Cada sello tiene el retrato del 
												homenajeado, su nombre y 
												apellido y una leyenda 
												caracterizadora. La 
												correpondiente a Muniz dice: 
												"Médico, naturalista y hombre 
												público". La de Gutiérrez: 
												"Médico y escritor. Fundador del 
												Hospital de Niños". La de 
												Pirovano: "Médico, profesor 
												prestigioso". En el sello 
												correspondiente a Maradona la 
												leyenda lo caracteriza así: 
												"Médico abnegado y generoso".
												Justiciero homenaje para esas 
												figuras que prestigiaron la 
												medicina argentina, y entre las 
												cuales, por indiscutible 
												derecho, se encuentra el doctor 
												Maradona.
												
												Fuente: Pampa Gringa 
												
												
												
												Publicado por Red Mercosur de 
												Noticias para MADRE TIERRA el 
												10/20/2010 03:20:00 PM