Esta nota 
											obtuvo el Segundo Premio en el 
											Concurso Rincón Gaucho en la 
											Escuela, organizado por LA NACION. 
											La autora es alumna del 2°Año del 
											Polimodal en la Escuela Agrotécnica 
											Amaicha del Valle, Departamento Tafí, 
											Tucumán. 
											Amaicha del Valle 
											es una comunidad indígena de unos 
											7000 habitantes. Ubicada en la 
											región del Valle Calchaquí, en 
											Tucumán, preserva tradiciones de 
											culturas milenarias, entre las que 
											se destacan ritos de invocación a 
											los dioses considerados dueños del 
											lugar. 
											En determinadas 
											épocas del año, algunas de esas 
											fascinantes prácticas atraen a 
											vecinos y a turistas extranjeros que 
											buscan comunicarse con la 
											naturaleza, vivir unos días en su 
											contacto y descubrir sus más íntimos 
											rincones. 
											Mi paso por la 
											escuela -en la modalidad turismo- me 
											ha permitido guiar al que nos visita 
											y, por las noches, alrededor de un 
											fogón, acaparar su atención con las 
											historias y cuentos que recogí de 
											las abuelas. De esta forma intento 
											mantener viva la memoria de la 
											región. 
											Para acercarlos a 
											este lugar y a su gente, compartiré 
											con ustedes una breve descripción de 
											lo que se conoce como el velorio del 
											angelito. 
											Esta curiosa 
											celebración, que se realiza al 
											fallecer algún niño de la comunidad, 
											reúne a propios y ajenos, que dan 
											muestras de gran solidaridad con la 
											familia afectada. Tal como cuenta 
											don Félix Coluccio, en "Diccionario 
											folklórico argentino", se trata de 
											una práctica de las localidades 
											vallistas. 
											Los padres del 
											niño, si sus medios lo permiten, 
											celebran un homenaje al que 
											concurren sus vecinos. Los primeros 
											en recibir la noticia del 
											fallecimiento son los padrinos. Sólo 
											después se anotician los demás. 
											El papel de la 
											madrina es fundamental. A ella le 
											corresponderá arreglar al muertito. 
											Colocará en el techo de la 
											habitación donde será velado, una 
											sábana que representará el cielo.
											
											Flores de 
											papel 
											El pequeño 
											cajoncito será colocado sobre una 
											mesa, con un mantel al que se 
											prenderán flores multicolores hechas 
											con papel, que simularán un jardín. 
											Al niño le atarán un cordón a la 
											cintura, con los nudos 
											correspondientes a los misterios del 
											rosario. 
											Según dicen, 
											cuando muera la madrina y ésta 
											alcance el Purgatorio, el angelito 
											podrá arrojarle su cordón para que 
											ella pueda asirse de él y así llegar 
											al Cielo. El muertito llevará 
											también alas blancas -confeccionadas 
											con papel- y un vasito -si es de 
											plata, mejor- para que calme su sed 
											durante el viaje al paraíso. 
											El padrino 
											construirá una escalerita, que 
											colocará junto al cajoncito, para 
											ayudarlo a subir.Una vez engalanado, 
											el muertito está en condiciones de 
											recibir a sus amigos. Los niños 
											vecinos y los que se enteraron de 
											"la muerte de un angelito" rodearán 
											la mesa para cantar y bailar. 
											La gente mayor, 
											por su parte, celebrará la ascensión 
											del niño al Cielo durante toda la 
											noche, con música y bailes, licores, 
											coca, mate o café. El baile 
											comenzará a las 12 de la noche, con 
											una apertura muy emotiva, a cargo de 
											los padrinos, quienes balancearán al 
											niño en sus brazos, a modo de 
											despedida. 
											Luego se tirarán 
											cohetes (cuidando de no quemar las 
											alitas del angelito), se gritarán 
											salmos, se elevarán oraciones y 
											villancicos. 
											El aire se 
											llenará de luces y ruidos. En el 
											pasado, los vecinos pedían el 
											cuerpito para velarlo en sus casas, 
											encargarle sus deseos y su 
											protección. Hoy en día sólo velan al 
											niño en su casa y lo entierran al 
											día siguiente. 
											La fiesta 
											continúa -después de volver del 
											cementerio- con pastelitos fritos, 
											aloja y poleo hervido con 
											aguardiente. 
											Es interesante 
											señalar, además, que los 
											concurrentes al velorio del 
											angelito, acostumbran cada uno 
											"echarle un nudo", es decir, hacer 
											un nudo de los cordones o piolas que 
											penden del ataúd, con la intención 
											de que el finadito les rece una 
											oración con la que ha de obtenerse 
											una gracia. 
											Sin llanto 
											
											Según indica la 
											tradición, a los angelitos no se los 
											llora; durante el velorio pueden 
											prenderse una vela o dos, no más; no 
											se realiza misa pues se considera 
											que no tienen pecado original; en 
											algunos casos, se interpreta un tema 
											musical en el cementerio, a modo de 
											despedida. 
											Según creencias 
											populares, los niños que fallecen 
											antes de ser bautizados se 
											convierten en duendes. Todavía 
											subsiste la costumbre de pintar y 
											enharinar al angelito. En Amaicha he 
											visto ponerle coronas. 
											Fuente: Rincón 
											Gaucho - Por Rita Griselda Nieva 
											Para LA NACION