Esta nota mereció 
										el tercer premio del Concurso Rincón 
										Gaucho en la Escuela. Su autora es 
										alumna de 9° Año en la Escuela N° 4369 
										Carmen Güemes de Latorre, del Paraje 
										Bella Vista, Chicoana, Salta. 
											Quiero contarles que 
										el duende es un fantasma que se aparece 
										especialmente a los niños para jugar con 
										ellos. 
											De noche, sube a los 
										techos de las casas, zapatea, juega con 
										piedritas y también usa los juguetes que 
										dejan los chicos. Los bebés no 
										bautizados son los más buscados por él.
											
											Mi abuela me contó 
										que cierto día se celebraban en el lugar 
										las fiestas patronales de San Pedro y 
										que la gente se divertía entre bailes y 
										cacharpaya. 
											Mi abuelo, guitarrero 
										de alma, cantaba y bailaba. En un 
										momento, decidió volver a su casa. Eran 
										como las cuatro de la mañana. 
											Ensilló su caballo, 
										ajustó bien las riendas y montó como 
										pudo, a causa de su ebriedad. 
											Al paso del caballo, 
										iba recordando su juventud, el baile de 
										carnaval en que conoció a mi abuela. Se 
										enamoró al verla y ahí nomás decidió 
										pedir su mano. 
											Mis bisabuelos, en un 
										principio, se resistieron a la idea y 
										fue por eso que un día, a la salida de 
										misa, montado en su caballo, subió a mi 
										abuela en ancas y se la robó. 
											Mientras recordaba 
										aquellos tiempos sintió el llanto de un 
										niño, que lo hizo volver a la realidad. 
										Galopaba y galopaba, y el llanto era 
										cada vez más cercano. 
											Detuvo el caballo y 
										decidió auxiliar a la pobre criatura, un 
										bebé de unos seis meses -según calculó-, 
										que estaba abandonado en los matorrales. 
										Lo alzó en brazos con toda ternura, lo 
										acarició y dijo: 
											-¿Quién pudo 
										abandonar a una guagüita tan chiquita y 
										bonita? 
											De repente, el bebé 
										se sonrió y mi abuelo pudo ver que... 
										¡tenía la dentadura completa! ¡El niño 
										lo tomó del cuello y no lo soltaba! En 
										ese instante, mi abuelo se dio cuenta de 
										que estaba cargando al duende. Lo largó 
										con desesperación, montó su caballo y 
										galopó a toda furia. 
											Cuando llegó a su 
										casa, no podía ni hablar del susto que 
										tenía. Mi abuela le dio agua con azúcar 
										hasta que se tranquilizó un poco. 
											Entonces, 
										tartamudeando le contó que se le había 
										aparecido el duende. Para que le pasara 
										la tartamudez, que persistía, lo 
										llevaron a ver a don Carlitos, quien lo 
										curó en secreto. 
											Hasta el día de hoy, 
										mi abuelo cuenta este relato como si 
										hubiese pasado ayer...