Entre 
								ombúes y talas, antes de izar la bandera y 
								entonar el Himno Nacional, diez integrantes de 
								la Guardia Escocesa de Buenos Aires -ellos 
								vistiendo kilts con su sporran (bolso de plata y 
								crines), birrete y polainas-, un grupo 
								ceremonial local que es réplica de un antiguo 
								regimiento de Escocia, formaron ante el busto de 
								Guillermo Enrique Hudson y su casa natal-museo, 
								al son de sus gaitas y tambores.
								Se conmemoraban, el 29 de abril pasado, los 
								setenta años del fallecimiento de Roberto 
								Cunninghame Graham y estaba allí, recién llegado 
								de Escocia, su sobrino nieto, que lleva su mismo 
								nombre. 
								"En 1936 don Roberto regresó a Buenos Aires 
								con dos propósitos -señaló el profesor Enrique 
								Pedrotti, presidente de la Asociación de Amigos 
								del Parque Ecológico-Cultural Guillermo Enrique 
								Hudson-: visitar la casa que se conserva en 
								memoria de su amigo, fallecido en 1922, con 
								quien había compartido el amor al campo, los 
								caballos, la naturaleza, y conocer a Mancha y 
								Gato, los dos caballos criollos con que Aimé 
								Tschiffely, su otro amigo, que acababa de 
								despedirlo en Londres, había llegado hasta Nueva 
								York. Don Roberto falleció en Buenos Aires pocos 
								días después sin haber podido verlos." 
								Mancha y Gato, conducidos por dos hombres de 
								campo, escoltaron hasta el puerto, donde fueron 
								embarcados rumbo a Escocia, los restos de quien 
								había escrito, antes de conocer a Tschiffely, un 
								relato inolvidable sobre aquella hazaña. Don 
								Roberto había muerto en el Plaza Hotel el 20 de 
								marzo y sus restos fueron velados en la Casa del 
								Teatro, como consigna Alicia Jurado en su 
								biografía "El escocés errante". 
								El profesor Pedrotti agradeció la presencia 
								entre el público de tres descendientes del 
								hermano menor de Hudson y recordó que "en 
								septiembre se cumplen cien años de la muerte de 
								Gabrielle (su verdadero nombre era Carolina 
								Horsfall), esposa de Cunninghame Graham, 
								compañera de todos sus viajes y autora de un 
								ensayo sobre Santa Teresa de Avila. 
								De viajes y aventura 
								"Don Roberto fue un aventurero que intentó 
								muchas empresas, y en todas fracasó. Proyectó 
								dedicarse a la producción de yerba mate en 
								Paraguay: si hubiera triunfado hubiera sido un 
								empresario más, no hubiera viajado ni vivido las 
								peripecias que luego reflejó en sus libros. Si 
								Hudson no se hubiera ido de la Argentina a los 
								treinta y tres años (nació aquí el 4 de agosto 
								de 1841) es muy probable que no hubiera escrito 
								nada. Por algo se hicieron tan amigos cuando se 
								conocieron en Londres en 1890." 
								"Hace setenta años un hombre frágil de 
								ochenta y cuatro años vino en peregrinaje a este 
								lugar -evocó su sobrino bisnieto, Roberto, 
								hablando en nombre de su familia escocesa- .Yo 
								creo que eligió morir en la Argentina, el país 
								que cautivó su alma desde que llegó en 1870 a 
								los dieciocho años, aunque su corazón siempre 
								permaneció en Escocia. Fue apropiado que muriera 
								en la Argentina y fuera enterrado en Escocia (en 
								una isla del lago Menteith, con la marca de su 
								hacienda registrada en Gualeguaychú grabada 
								sobre la lápida). Como muchos jóvenes en el 
								siglo XIX, vino aquí a buscar fortuna, y la 
								fortuna lo eludió, pero sin duda su carácter y 
								su vida posterior fueron modelados por sus años 
								en la Argentina, montando con los gauchos 
								correntinos revolucionarios (aludía a los 
								montoneros de López Jordán que lo forzaron a 
								combatir), sobreviviendo a los malones, aunque 
								se mantuvo comprensivo hacia los indígenas, como 
								lo fue durante el resto de su vida con todos los 
								oprimidos. 
								"Sus narraciones son ricas en descripciones 
								de flora y fauna, pero sobre todo en la 
								descripción de tipos que estaban desapareciendo, 
								empujados hacia la frontera por el progreso y la 
								civilización. El mismo era uno de esos tipos que 
								serían olvidados, excepto por unos pocos leales: 
								sospecho que no le importaría demasiado, siempre 
								que pudiera seguir montando a Pampa, su pingo 
								favorito." (Fotos suyas montando a Pampa y a 
								Chajá en Londres se pueden ver en las vitrinas 
								del museo). 
								Agregó, además, que su tía, lady Polwarth, 
								albacea literaria (derechos que acaban de 
								caducar) de sus treinta obras publicadas y 
								autora de una biografía de Cunninghame Graham, 
								le había pedido que la representara y 
								transmitiera su gratitud a los que han mantenido 
								aquí vivo su nombre "cuando en mi país ha sido 
								olvidado". 
								"Entre mis tres hermanos y yo sumamos catorce 
								nietos, para los cuales me enorgullece continuar 
								la difusión de su obra. Siempre dijo que había 
								dejado su alma en la Argentina, y en sus 
								escritos recordaba lo que había vivido (arreos 
								de hacienda y caballos a Brasil y Chile, vida de 
								campo en Gualeguaychú y Sauce Chico, travesías a 
								caballo por Paraguay, la selva chaqueña y los 
								llanos de Venezuela). Ayudó a hacer conocer a 
								este gran país y el continente al público 
								británico. Me encanta ver hoy a tantos jóvenes 
								compatriotas aventurarse por América del Sur. 
								Adiós don Roberto -concluyó en castellano-, mi 
								tío Roberto, que tanto me inspiró." 
								Recibió un diploma y un facón de plata. 
								Eduardo Macrae habló en nombre de los argentinos 
								de ascendencia escocesa, "una de las 
								inmigraciones más antiguas, ya que fueron de ese 
								origen los que fundaron la primera colonia 
								agrícola, en 1825, en Monte Grande" y la Guardia 
								Escocesa ejecutó, con gaita y salva de 
								fusilería, un saludo tradicional. 
								Integrantes del Ballet Patria y Tradición de 
								Berazategui (ellos con chiripá y calzón cribado) 
								bailaron un triunfo, una huella, los amores, una 
								chacarera y una zamba, haciendo vibrar en el 
								aire con sus pañuelos la cadencia viril y 
								poética del sentir criollo, que tanto amaron los 
								dos escritores. 
								Filósofos ecuestres 
								Don Roberto, indiferente a la manifestación 
								religiosa, admirador de Mitre, miembro de la 
								Cámara de los Comunes, impulsor de proyectos 
								afines al socialismo, autor de biografías de 
								Gonzalo Jiménez de Quesada, Hernando de Soto, 
								José Antonio Páez y Francisco Solano López, 
								esgrimista y viajero por Africa, consideraba a 
								Hudson "un viejo y muy querido amigo, yo lo 
								admiraba, considerándolo nuestro mejor escritor 
								en idioma inglés"; y, en otra carta, "como 
								hombre y como escritor , era único". Hudson le 
								dedicó "El ombú". Graham comentó: "Blunt, Conrad 
								y yo solíamos hablar de literatura, política y 
								ese tipo de cosas. Hudson y yo sólo hablábamos 
								de cosas serias, de indios, de caballos y sus 
								marcas, de cacerías de avestruces, etcétera, 
								temas propios de filósofos (de filósofos 
								ecuestres, por supuesto)". 
								Un rincón de la pampa 
								Durante la animada reunión que siguió al 
								homenaje, el director del museo, Rubén Ravera, 
								explicó que Violeta Shinya, sobrina nieta de 
								Hudson, mientras fue su directora logró 
								-mediante una donación de la Municipalidad de 
								Florencio Varela, aportes británicos y de una 
								fundación japonesa-, ampliar el predio original 
								de 5 hectáreas a aproximadamente 50, que 
								constituyen una reserva natural de especies 
								vegetales y animales, incluyendo 100 de aves 
								autóctonas. Destacó su empeño en "revalorizar su 
								obra literaria, ya que los escritores lo 
								consideran naturalista, y los naturalistas 
								escritor; los ingleses, argentino, y los 
								argentinos inglés. También su obra como 
								precursor de la etología, estudio de los 
								animales en su hábitat." 
								Georgina Christie, una de las asistentes, 
								contaba que sus antepasados Campbell y Brown, 
								como otros escoceses, poblaron campos de la 
								zona, "cuando no existía el ferrocarril y 
								Florencio Varela se llamaba La Paz". El parque 
								ecológico y museo, su rancho con dos 
								habitaciones -en cuyas vitrinas, primeras 
								ediciones, cartas, fotografías y otros 
								documentos dan testimonio de la vida de los dos 
								escritores-, sobrevive en un entorno del que la 
								naturaleza prácticamente ha desaparecido; 
								resiste, como la obra de ambos, al olvido, 
								invita a revivir la historia de la tierra y la 
								gente que amaron. 
								Como no del todo ajenos, cercanos a un 
								palenque, bajo unos paraísos, cabeceaban dos 
								caballos (aunque ensillados con montura 
								inglesa), pertenecientes a los policías que 
								acompañaron el acto: aunque sencillo, formal, 
								dignísimo, transcurrió en un clima hospitalario 
								y familiar, el de un reencuentro y un 
								reconocimiento. En memoria de un escocés errante
								
								Fuente: Susana Pereyra Iraola 
								LA NACION - Rincón Gaucho